sábado, mayo 26, 2007

Pentecostés


Lecturas:
Hch. 2,1 – 11
Sal. 103
1 Cor. 12, 3 b – 7. 12 – 13
Jn. 20, 19 - 23

Hemos llegado al final del tiempo Pascual. Estos cincuenta días, han sido un caminar junto al Señor. Es importante que al llegar a esta etapa, miremos esos 50 días, y revisemos lo que Dios nos pedía en su Palabra al comenzar la Pascua. Durante este tiempo, el Señor nos invitaba a tener paz, a estar alegres en la comunidad, a dar testimonio, y sobre todo, a no temer. Esos fueron los llamados, que a grandes rasgos nos hacía el Señor. Este llamado es lo que hemos tratado de cultivar y acrecentar estos 50 días, y es importante que los tengamos presentes, porque el acontecimiento Pascual de la Resurrección del Señor, está muy relacionado con la solemnidad que estamos hoy celebrando. La celebración de nuestro Pentecostés tiene su origen en la fiesta judía de las semanas, en las que los judíos celebran durante siete semanas la alegría de la Pascua. Se trataba de una fiesta agrícola, en la que se cosechaba lo sembrado. Ya esta idea puede darnos una bonita lectura de nuestro Pentecostés, o sea, que al final de estos 50 días nosotros debemos cosechar aquellas cosas que el Señor ha sembrado durante su permanencia resucitada en medio nuestro; por lo pronto, de los que hablaba anteriormente: sacar nuestros temores, estar alegres y producir paz. Ojalá que cada uno al hacer el balance de su vida, durante estas siete semanas, pueda descubrir que ha crecido en alguna de estos frutos.
En las lecturas de este fin de semana, la presencia del Espíritu Santo nos lleva a prolongar esa alegría, nos llama a dar como un fruto abundante la paz, y nos envía a esta misión de llevar el mensaje de salvación y misericordia a todos.
En la primera lectura, en el libro de los hechos, leemos la venida del Espíritu Santo sobre la comunidad reunida, y allí se realiza el milagro del Señor. Como primer fruto, aparece la diversidad de lenguas en las que el Espíritu les permite expresarse, mostrándonos de ese modo, la universalidad de la misión a la que les prepara. Este milagro nos da para entender mejor el rol del Espíritu, y la misión que nos da para actuar en el mundo, de ser portadores de un mensaje de vida nueva junto al Señor.
Esta misma idea, se ve reforzado en la lectura de Pablo, que nos habla de unidad diciéndonos que el Espíritu Santo nos une como miembros de un mismo Cuerpo, el de Cristo; la gracia de esta lectura, es la plasticidad, el grado de renovación y diversidad que le da el Espíritu a este Cuerpo, haciendo que fluya una multiplicidad de vocaciones, cualidades y gracias. La unidad de ese Cuerpo, es el principal fruto que produce el Espíritu en la comunidad cristiana. Es importante también esa idea de que nadie sin el Espíritu Santo puede confesar a Jesús como Señor. Hoy, al finalizar también la semana de oración por la unidad de los cristianos, sin duda seguimos pidiendo más que nuca que el Señor nos regale el don del Entendimiento, para llegar algún día a disfrutar de la tan anhelada unidad que el Señor quiere de los que formamos su cuerpo.
El Evangelio nos lleva al reforzamiento de estos principios de unidad, al ofrecernos el perdón de los pecados por la gracia del Espíritu a través del sacramento; y de la paz, que debe ser el valuarte con que los discípulos entregan esa reconciliación. El Espíritu da como fruto a quien se siente perdonado, la paz, para poder entregarlo a todos quienes tanto lo necesitan. Vemos reflejado también en este Evangelio, que el temor inicial de los discípulos, desaparece cuando Cristo aparece, y se transforma en alegría desbordante al recibir la Fuerza de lo alto. Solo entonces, pueden salir a ofrecer al mundo ese don tan preciado de la paz.
¿Qué podemos decir con estos pocos elementos?
Que es el Espíritu Santo quien da unidad a este Cuerpo llamado Iglesia, y nos lleva a aceptar a todos – en una multiplicidad de dones – y a confesar a un solo Señor: Cristo.
Que es el Espíritu Santo el que sopla sobre nuestra vida, llevándonos a reconciliarnos a través del sacramento del perdón, para desde allí poder entregar y ofrecer nosotros al mundo, como un testimonio del poder del Señor, una vida reconciliada, sanada, limpia. Solo el Espíritu es capaz de hacernos amar más allá de lo que nosotros creemos; sólo el Espíritu puede hacernos perdonar a los hermanos cuando hemos sido ofendidos.
Bien. No podemos olvida también en estos días el llamado de nuestros Obispos, que nos piden orar por ello, que reunidos en Aparecida, Brasil, se esfuerzan iluminados por el Espíritu Santo en encontrar los mejores caminos para nuestra Iglesia en América Latina.
Que el Espíritu Santo descienda sobre nosotros y nos encienda el corazón para vivir un Nuevo Pentecostés en el mundo. Amén.


sábado, mayo 12, 2007

Homilía

6º Domingo de Pascua
13.05.07

Lecturas
Hch. 15, 1 – 2.22 – 29
Sal. 66
Apoc. 21, 10 – 14.22 – 23
Jn. 14, 23 – 29

Este es uno de los últimos fines de semana de Pascua: ya el próximo fin de semana celebraremos la Ascensión del Señor, y el siguiente, la fiesta de Pentecostés. Hoy las lecturas quieren mostrar la riqueza de los dones del Señor resucitado profundizando en las ideas de la semana pasada, sobre la vivencia del Evangelio y la prolongación de eso en la comunidad cristiana.
La lectura de los Hechos de los Apóstoles, nos muestra el primer Concilio del que guarda memoria nuestra Iglesia. Los Concilios en la Iglesia son convocados para resolver temas relacionados con la fe de la comunidad, para sentar las bases sobre lo que debemos saber y vivir como comunidad de discípulos. En el texto de hoy, vemos como los cristianos de origen judío reclamaban que quienes entraban a la fe, desde el paganismo, debían circuncidarse, al modo del judaísmo. Por ello, los discípulos y presbíteros se reúnen en Jerusalén para resolver el tema. El acta de ese primer Concilio es lo que leemos hoy: ¿conclusión? No poner más cargas más que las indispensables a los recién llegados a la fe, más que se abstengan de participar en las comidas con los paganos e idólatras, de comer carne de animales sin desangrar y de las uniones ilegales… esos eran los temas que les dividían en aquellos esplendorosos comienzos. A esto, claro, sumamos los mandatos evangélicos. En el fondo, lo que quiere mostrarnos el texto, es que no salva un rito (la circuncisión), sino la persona de Jesús quien la ofrece; y para seguirle, es necesaria la pureza y dejar a los ídolos. El texto en este fin de semana nos viene muy bien, porque a nivel de Iglesia en América Latina, se celebra la 5ª Conferencia General de Obispos, una especie de Concilio más local, que mira a trazar los caminos que nuestra Iglesia. Durante estos días nuestros ojos se vuelven a Brasil, en donde en compañía del Papa Benedicto XVI nos unimos en oración para que el Espíritu Santo nos trace el camino en el inicio de este nuevo siglo. La Iglesia tiene esta riqueza: la Tradición, que se encarga de guardar los mandatos emanados, luego de la partida del Señor, el especificar las cosas esenciales de las accidentales para no confundir el andar.
El libro del Apocalipsis, nos sigue mostrando lo adelantado la semana pasada: la Jerusalén celestial, la proyección de nuestra futura realidad, el destino de la comunidad de la Iglesia. Lo decíamos la semana pasada: esta Jerusalén celestial, es imagen nuestra, triunfante, gloriosa, resucitada, plena de felicidad… Es el cumplimiento de todas las promesas del A.T., la vivencia profunda del Evangelio del Señor. Allí ya no será necesario templos ni de ritos: el Señor será la plenitud de la alegría eterna. Hacia allá durante el tiempo de Pascua seguimos mirando, llenos de esperanza en nuestra futura resurrección con el Señor.
El Evangelio de Juan nos habla de varios temas; por un lado, asoman la fidelidad a la Palabra que nos ha entregado; la promesa del Espíritu Santo, que nos ayudará a recordar esas Palabras de vida y además uno de los dones del Resucitado: la paz. Las tres cosas están entrelazadas: solo quien es fiel, puede recibir el don del Espíritu Santo, porque se ha abierto plenamente hacia Dios, ha volcado su existencia a caminar bajo su amparo, y como consecuencia, es portador de la paz que solo Dios puede entregar, que va mucho más allá de la ausencia de conflicto a nuestro alrededor, sino que le engloba totalmente en una vida en la que se tiene la gracia de esa paz para vivir interna y externamente tranquilo y resucitado. En este discurso de despedida del evangelio de San Juan, Jesús no pretende que quedemos a la deriva, sino que la salvación se hace patente en sus palabras; de ahí la necesidad de hacer cada día la voluntad que nos pide, para comprender de mejor modo su Voluntad.

Aprendizaje de la Palabra:
- Solo Dios salva en la fe al discípulo: Hoy, en un mundo lleno de muchas cosas que nos dificultan ver lo esencial, podemos caer en la trampa de perder de vista lo realmente necesario para salvarnos. Solo Jesús nos salva: la Iglesia, es el medio como nos acercamos y vivimos la fe que hemos recibida y conservada en la Tradición, pero el centro siempre es y seguirá siendo Cristo. En las primeras comunidades, como en las de hoy, los conflictos existían, y se solucionaban con oración y diálogo; la fe se ve enriquecida por ese diálogo y desde allí caminamos hacia la unidad tras la persona del Señor. No perdamos de vista el norte, que a veces se nos tapa con las ramas. Ya les decía lo importante que es en estos días para la Iglesia Latinoamericana la V conferencia Episcopal, porque en ella se encuentran distintas visiones de hacer Iglesia en nuestra América, que confluyen en lo esencial: la persona de Jesús. Hoy, a mi, ¿quién me ha salvado?, ¿me uno a la Iglesia en esa búsqueda de salvación?
- El señor de la Paz, la Fidelidad nos salva: Cuando nos enfrentamos a la vida que hemos escogido, solo podemos mirar y sacar las conclusiones respecto de lo sembrado en ella. ¿Qué encontramos?, ¿Qué nos dice nuestro corazón? La Escritura, al menos nos dice que el hombre fiel a la Palabra del Señor, encuentra la vida y la paz, esa paz que el mundo no da… ¿Y el Espíritu Santo? Es quien nos mantiene con la vista alta para no turbarnos al caminar. Hoy, se nos ofrece a la luz del Evangelio la clave de nuestra vida cristiana: Fidelidad y paz, como dones que el Espíritu ofrece a nombre del Señor para los justos de corazón.

Pidamos durante estos días la luz del Espíritu para nuestros Obispos, religiosos y laicos delegados de la V conferencia General de los Obispos de América Latina y el Caribe, y que ese Espíritu nos prepare también a nosotros, como discípulos para acompañar a los demás hermanos en la fe. Amén.

sábado, mayo 05, 2007

5º Domingo de Pascua

Lecturas
Hech. 14, 21b – 27
Sal. 144
Apoc. 21, 1 – 5 a.
Jn. 13, 33 a. 34 – 35

Ya estamos alcanzando la madurez del tiempo pascual, y por ello las lecturas nos muestran un contenido más profundo y claro respecto del mensaje central de la vivencia de lo que Dios nos quiere comunicar. El quinto domingo pascual nos habla sobre el amor, sobre el mandato tan antiguo, pero siempre nuevo en los labios del Señor.
El libro de los Hechos de los Apóstoles, nos habla de los viajes de Pablo y Bernabé. Ya la semana pasada escuchábamos cómo habían dejado de predicar a los judíos para centrarse en los “paganos”. Bueno, hoy, echamos un ojo a la apretada agenda de estos apóstoles, y nos damos cuenta de que esa propuesta que asomaba la semana pasada, hoy ya está dando frutos de conversión entre los nuevos evangelizados. Seguramente en cada comunidad que nos describe hoy, pasaron ayudando a organizarles: les exhortaban a permanecer fieles a la gracia de Cristo, ordenaban presbíteros (sacerdotes), oraban por ellos. Así nace la Iglesia, hoy, el texto nos hace asomarnos a los inicios de nuestras comunidades, a la necesidad de vivir ordenadamente la fe que han recibido. Nosotros, claro que sabemos estas cosas, pero no siempre las tenemos en el tapete, y por desgracia, no podemos dar testimonio 100% sobre la fidelidad de la que se nos habla, o no siempre oramos unos por otros. En nuestras comunidades necesitamos recuperar el sentido solidario, el espíritu de unión de estas comunidades. ¿Qué tenían ellas que nosotros hoy no tenemos? Creo que básicamente el sentido de pertenencia. Mientras no nos sintamos Iglesia, mientras nos mantengamos al margen del corazón de la comunidad, poco podremos comprender este bello texto.
El libro del Apocalipsis, nos sigue narrando la visión de Juan en que contempla el cielo abierto, y ve a la Nueva Jerusalén que baja embellecida para unirse para siempre al Señor Dios. Ya la semana pasada veíamos cómo muchos habían lavado su túnica en la Sangre del Cordero, los que venían de la gran tribulación. Bueno, hoy, esos miles de millares que describía la lectura la semana pasada, es la Nueva Jerusalén, que se embellece para unirse al que está sentado sobre el Trono. Es éste Señor, sentado sobre el Trono quien habitará en medio de ellos para siempre, quien secará las lágrimas de los ojos, el que vencerá a la muerte, al dolor, la pena. Él hará “nuevas todas las cosas”…
Juan, en el Evangelio nos lleva a un pasaje en que el Señor, antes de partir a su Pasión, nos deja el discurso de despedida, marcado por los conceptos de la unión con el Padre Dios y el Mandamiento Nuevo. “En esto, todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan unos a otros”… “ámense los unos a los otros, así como yo les he amado…” Sin duda la vara queda bien alta, pero el Señor quiere dejar un mandato que es ya sabido, esto estaba escrito en la ley mosaica, y sin embargo, al parecer el amor fraterno no era la relación imperante en esa época. ¿Qué podemos decir hoy nosotros?; ¿Cómo está nuestro amos hacia los demás?

Aprendizaje de la Palabra:
- El amor como base en nuestras relaciones: Lo del mandato del Señor a los suyos antes de partir podemos entenderlo claramente; lo difícil, es que se nos complica vivirlo como el Señor lo sueña. ¿Por qué nos cuesta amar de verdad a los demás? Ninguno de nosotros puede abstraerse de esta pregunta, especialmente porque formamos parte de una comunidad cuyo mandato podemos reducir en esta máxima. Hoy, se nos ha presentado el corazón del Evangelio, y no siempre podemos decir que lo vivimos plenamente. Dios nos ha capacitado para amar, nos ha creado para amar de verdad, sin miramientos… no perdamos ese objetivo en nuestro diario vivir.
- El amor en las relaciones de comunidad: Pablo al narrar las maravillas que el Espíritu Santo obraba a través de su predicación por Asia Menor, sin duda descubrió el corazón del Evangelio que acabamos de escuchar. ¿Qué lo movió a predicar tan ardientemente a quienes ni siquiera conocía? No hay duda que fue el Amor de Dios que le quemaba el corazón. Hoy, necesitamos en nuestras comunidades eclesiales retomar ese ardor, esa fuerza vital para poder anunciar a Cristo Vivo y Resucitado con más ganas que nunca.
- El Señor que hace nuevas todas las cosas: Si, así es. Solo Dios renueva nuestra vida, nuestro mundo, nuestra historia. Eso lo descubrieron millones de personas antes que nosotros, y de nosotros depende que millones más lo descubran después de nosotros… ¿Qué ha hecho el Señor por mi?, ¿Cómo me ha renovado? La visión de Juan deja ver un futuro esplendoroso, lleno de alegría y vida, pero nos falta aún para llegar a esa realidad escatológica. Hoy estamos llamados al testimonio y la vivencia de las cosas con una mirada nueva.

Pidamos al Señor de la Vida que nos renueve de corazón, que recree nuestro mundo, que nos utilice como sus instrumentos. Que el Señor que nos ha mostrado el camino del amor como fin de nuestra vida, nos haga amar más allá de lo que hemos soñado. Amén.