sábado, agosto 18, 2007

Profetas hoy

20º Domingo del tiempo ordinario
19.08.07

Lecturas
Jer. 38, 3 – 6. 8 – 10
Sal. 39
Heb. 12, 1 – 4
Lc. 12, 49 – 53

Este fin de semana la palabra de Dios quiere llevarnos al rol de ser profetas, con muchas consecuencias insospechadas por la respuesta de quienes escuchan el mensaje, que ciertamente el lenguaje se les puede hacer muy duro. Así es la Palabra del Señor, que puede dividir a quienes la escuchan, por lo fuerte y penetrante que es. Y pretende sobre todo hacernos reaccionar como debiera ser, sin disfrazar nuestras respuestas al Señor, sino más bien, asumiendo que necesitamos cambiar de corazón.
La primera lectura, tomada del profeta Jeremías, nos habla hoy sobre un mensaje enigmático y difícil de digerir por las consecuencias y riesgos que implica cumplirlas al pie de la letra: resulta que Jerusalén está sitiada por los Babilonios, quienes están esperando a que la ciudad caiga… el profeta predica que lo mejor, es entregarse en las manos de los invasores, porque Dios actuará, y humanamente no hay nada que se pueda hacer para evitar la catástrofe; el texto dice que en la ciudad no había agua ni pan... Estas palabras le cuestan la libertad al profeta, y es encerrado y acusado de traidor y desmoralizador de las tropas; se le acusa de no buscar el bien sino la desgracia de la ciudad. Efectivamente, la historia nos cuenta que Jerusalén cayó en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia (586 a. C.), y la ciudad no fue incendiada, sino que sobrevivió al invasor, que más tarde sería expulsado por los Asirios. Difícil escena, cargada de dramatismo por la premura del tema.
La carta a los Hebreos, es una abierta invitación a dejar el pecado, y correr tras Cristo Jesús, para alcanzar la salvación. Es una apremiante exhortación a ser constantes, a perseverar en el combate de la fe y a no dejar que el desaliento gane terreno. El autor, utilizando la clásica imagen de una carrera, invita a despojarse de aquello que estorba para correr (en este caso, el pecado), e incluso a sacar ventajas del sufrimiento como herramienta para alcanzar la salvación que Dios nos ofrece. Contradictorias palabras también.
Si las dos lecturas anteriores nos parecieron descabelladas en las propuestas, el Evangelio de Lucas rebasa todos los límites de la cordura por sus fuertes palabras; siguiendo los discursos de las semanas anteriores (la verdadera riqueza y la necesidad de ser fieles a la búsqueda del Reino de Dios), hoy el discurso se centra nuevamente en el Reino, como la prioridad en el caminar del discípulo. Utilizando la imagen del fuego, Jesús nos habla del bautismo, que debe transformar toda la vida del hombre y mujer de fe: Ya no hay relación que se oponga al plan de Dios en cuanto a lo que debe hacer, y por ello, si es necesario dejar atrás temas como la riqueza material (18º), aprender a ser fieles en lo encomendado (19º), con mayor razón nuestras relaciones deben ser purificadas, como por el mismo fuego para actuar de acuerdo al querer de Dios.
Los exegetas creen que este texto quiere decirnos exactamente lo que leemos, o sea, que la persona de Jesús puede traer incluso división entre la misma familia porque no todos estén dispuestos a aceptar la Palabra del Señor, y la prioridad es el Reino, su llegada, su venida; y para ello, solo los que acepten plenamente su persona, podrán comprender profundamente el mensaje de salvación.

Aprendizaje de la Palabra:
- La aparente paz, ¿es signo de bienestar y tranquilidad?: Es la primera pregunta que hoy quiero plantear… en la primera lectura, la ceguera de unos funcionarios que no quieren escuchar al profeta Jeremías y su mensaje de caída de la ciudad, inminente de acuerdo a los hechos (sin alimento ni agua), hacen que se mantenga una tensa espera y calma de… ¡nada!...; el hecho de evitar los conflictos por la persona de Jesús en las familias, y mejor no hablar de Él entre los míos, solo para no tener conflicto… ¿a dónde nos lleva? Convertirnos en profetas hoy, no es nada sencillo, ser Jeremías y anunciar lo inminente, llevar división por la persona de Jesús y su Palabra es algo que preferimos evitar, y quedar bien con muchos antes de tener roces y problemas por nuestras creencias… ¿Jesús ha venido a traer paz a la tierra?... si, pero no la del silencio pasivo y cómplice que no se quema, sino la del cristiano activo y comprometido con el Reino. La paz que Jesús trae no tiene nada que ver con la ausencia de conflicto que proviene de mantener inalterables situaciones que necesitan ser iluminadas y cambiadas a la luz de su Gracia y su Palabra.
- Profetas desde el Bautismo: Que poco desarrollado tenemos esta capacidad como cristianos… somos profetas… ¡Y ni se nos nota! Fíjense que en el texto de Lucas se nos habla de un bautismo, y aparece al lado de términos como “fuego” y “división”… ¿De qué nos habla? De un bautismo de Muerte y Resurrección: ¡Ese es el Bautismo del Señor que quiere invitarnos a atravesar en nuestras vidas para quedar purificados como si pasáramos por el fuego!, que se nos note de verdad; para ello, la perseverancia y constancia propuestas en la segunda lectura, provocarán el cambio verdadero y convertido al Señor.
- Conflictos por el Señor: Volvamos sobre la idea del conflicto, pero en el sentido que hemos venido hablando… y lo aclaro, para que no se mal interprete, respecto de “obligar” a otros a cumplir la Palabra de Dios; el texto más bien se acerca al tema de ser consecuentes con ella, y si eso acarrea conflicto con los más cercanos, que sea para la Gloria de Dios. En ningún caso el texto habla de extremisar nuestra postura frente a lo religioso y fanatizarnos con el tema, porque ello no es de Dios.

Este fin de semana las lecturas nos debieran remecer desde lo más profundo del alma, para reaccionar y perfeccionar nuestro seguimiento del Señor y la construcción de su Reino de Justicia y Paz. Pidamos a Dios las gracias necesarias para salir de nuestro letargo y aparente paz. Amén.

sábado, agosto 11, 2007

Administrador fiel en el servicio

Lecturas
Sab. 18, 5-9
Sal. 32
Heb. 11, 1-2.8-19
Lc. 12, 32-48

Domingo 19 del año litúrgico, del tiempo ordinario, o común, en donde el Señor nos hace profundizar las enseñanzas recibidas la semana pasada. El domingo anterior leíamos y profundizábamos en la necesidad de enriquecernos a los ojos de Dios. Hoy, esa enseñanza aparece mezclada con la espera paciente, vigilante y confiada de la llegada del Señor. Esos dos mundos de los que hablábamos la semana pasada, los del hombre viejo y el nuevo, nos sirve para enmarcar las enseñanzas de este fin de semana.
En la primera lectura nos topamos con parte de la historia de Israel, en donde bajo la mirada del sabio, se narra las grandezas del Señor, que protege al pueblo de Israel, de los egipcios. Esta es la salvación que había esperado el pueblo, desde las promesas hechas a Abraham.
En la segunda lectura nos habla de estas promesas a Abraham, y sobre todo de la fe con que esperó. La fe aparece acá como la garantía de lo que ha esperado: por fe salió de su tierra, por fe vivió como extranjero, por fe Sara esperó al hijo de la promesa; por fe Abraham ofreció a Isaac. La fe es el cumplimiento de la promesa, que ellos no contemplaron con sus ojos, pero que guardaron en su corazón pacientemente. La fe es la riqueza que encontraron estos hombres y mujeres para construir su vida e historia junto a Dios.
En el Evangelio, continuamos leyendo a Lucas, que en continuidad de la lectura de la semana pasada, nos dice allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón. Por un lado se nos habla de la riqueza, del desprendimiento de las mismas, y por otro lado se nos habla de estar preparados, listos para la llegada del Señor, como los hombres que esperan despiertos la llegada de su señor. La atención a esta llegada le lleva al servidor estar preparado hasta en la madrugada. El premio será grande; lo nombrará administrador de todos sus bienes, lo mismo que el castigo si no ha hecho lo que debe. La pregunta de Pedro sobre si la parábola es para todos, habla de que la enseñanza va dirigida a que todos estén preparados. Termina con una máxima: Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más.
Veamos lo que podemos sacar en claro este fin de semana:
- Dios nos llama a sostener la fe: El ejemplo más claro este fin de semana es la descripción de la fe que hace la carta a los Hebreos con respecto a Abraham; su fe le lleva atener a Dios presente frente a cada uno de los acontecimientos que le toca vivir. Por fe entendemos la espera llena de esperanza de aquellas cosas que vivimos ya, aunque no plenamente; en la fe el hombre descansa, aprende a ser paciente, a no desesperar. Nosotros por fe sabemos que Dios nos salva, nos ofrece compartir su vida divina entregada ya en la vivencia de los sacramentos. Desde que Cristo vino por primera vez, esperamos su segunda venida gloriosa esta vez, para saciar nuestra hambre y sed de vida. Para este ejercicio de esperanza, los sacramentos son la mejor herramienta con la que trabajar y crecer.
- Estar atentos y preparados al momento de la llegada del Señor...: En la parábola, Jesús les narra la necesidad de estar atentos a la venida del Señor, porque el servidor no sabe en qué momento eso ocurrirá. Esta espera se hace a la luz de los acontecimientos; el servidor sabe que su Señor llega en cualquier momento, su venida es inminente, y por eso no baja la guardia. La confianza de su señor es garantía de que es digno de estar donde está, cuidando los bienes de su señor; por este motivo, la responsabilidad del hombre, que sabe como es su señor, le lleva a poner cuidado y atención a estar velando.
- Y ser servidores fieles en esa espera inminente: La fidelidad a la misión encomendada es otro rasgo característico de esa espera. ¿De qué modo el servidor espera? Sirviendo a los demás. Esta enseñanza está dada sobre todo a quienes tienen responsabilidades frente a los demás en la comunidad. ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Quienes se han comprometido más estrechamente en la misión de extender el Reino entre los hombres, tienen más cuentas que rendir. Y no hablo solo de los consagrados y consagradas, sino de los catequistas, de los responsables de grupos, de todos los que han tomado conciencia de que acercarse al Señor exige actitudes de servicio claras. Al que mucho se le dio, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más. No podemos entonces perder el tiempo mientras este Señor llega.
- ¿Dónde está el corazón y el tesoro?: Pregunta inminente que todos debemos responder. Creo que hoy más que nunca, se hace necesario preguntarnos por las cosas que habitan en nuestro corazón respecto de los bienes temporales. Según el esquema del Evangelio, el acento se marca sobre el servir, sobre el preguntarnos si estoy dispuesto a servir a otros con los bienes propios… ¿El corazón está preparado para eso?, ¿Qué tesoros tiene mi corazón?

Ok, el Señor nos hace una bonita invitación este fin de semana, insisto, en concordancia con las enseñanzas de la semana pasada de dejar atrás actitudes del hombre viejo, y ser nuevas criaturas, aprendiendo a crecer pacientemente en actitudes de servicio, alimentando la fe con toda la comunidad en la vivencia de los sacramentos, esperando fielmente al Señor, poniéndose al servicio de los demás. Hay que estar atentos en el servicio, alumbrados con la lámpara de la fe, que nos conduce al Señor.
Pidamos entonces este fin de semana, poder interiorizar estas enseñanzas, aprender a vivir nuestra fe, llenos de esperanza, siendo administradores prudentes y fieles de los dones y servicios que el Señor nos ha confiado. Amén.

sábado, agosto 04, 2007

Vanidad y lo esencial...

18º Domingo del tiempo ordinario
05.08.07

Lecturas
Ecle. 1, 2; 2, 21-23
Sal. 89
Col. 3, 1-5.9-11
Lc. 12, 13-21

En este domingo 18 del tiempo ordinario, las lecturas nos harán mirar nuestra vida poniendo un claro límite entre lo que somos, tenemos, cómo vivimos y lo que estamos haciendo con los talentos que Dios nos entregó. Ya la semana pasada reflexionábamos sobre el hecho de que a veces las cosas no resultan, ni salen como las queremos, porque no son de Dios. Hoy, escuchamos que nos hablan sobre la vanidad y la avaricia: dos actitudes que cuesta desarraigar de nuestras vidas. Cuando nosotros ponemos nuestra existencia a camina en paralelo con lo que Dios quiere para cada uno, corremos el riesgo de desviar, y de dar nuestra vida a cosas que no nos conducen a la felicidad. En las lecturas de hoy, aparece contrapuesto estos aspectos.

Vamos por parte: en la primera lectura, el libro del Eclesiastés, nos habla, no sin algo de exageración, lo que es la vida. Vanidad, es el término que domina todo el texto, y que podemos traducir por vacío, sin sentido, inconsistente con respecto a las cosas que describe. Nada de lo que el hombre haga, le será de provecho: todo el afán, el esfuerzo, todo será un sin sentido, dejado a otros. No será nada para quien trabajó tanto. El sin sentido, surge de un pesimismo que le lleva a preguntarse al sabio ¿qué es lo que le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente bajo el sol? Todo es un sin sentido; todo es vanidad.

En la segunda lectura, continuamos leyendo la carta de Pablo a los Colosenses, y acá leemos hoy que el Apóstol, nos incentiva a buscar los bienes del cielo, poner los pensamientos en las cosas celestiales. Para eso necesitamos hacer morir el hombre viejo, y dejar que Cristo llegue al corazón de la vida; la idolatría, según este texto, lleva al hombre a los vicios que acá se describen; la tarea del cristiano es ver la forma de dejar atrás estos vicios para ser nuevas criaturas, o sea, hombres nuevos.

En el Evangelio, vemos a Jesús hablando con un hombre que le pide al Señor que haga de árbitro entre él y su hermano, para repartirse la herencia que el padre les ha dejado. Jesús se niega; lo de Jesús no es ser árbitro entre dos hombres, sino iluminar sobre lo que es verdaderamente importante entre ambos. Y es por esto, que le habla de la insensatez de un hombre que – en la parábola que les cuenta – aparece acumulando tesoros sin saber qué ocurrirá con él mas adelante. La enseñanza es clara: HAY QUE ENRIQUECERSE A LOS OJOS DE DIOS, NO A LOS DE LOS HOMBRES. Esa es la riqueza a la que aspira el discípulo. Esa es la enseñanza que profundizaremos en la próxima semana.

Veamos qué podemos aprender este domingo con las lecturas:
- El engaño de la vanidad: Si bien es cierto, el texto de Eclesiastés tiene un tono muy exagerado, no deja de dejarnos la enseñanza de que el hombre debe centrar su vida en las cosas verdaderas, y no en vanas fantasías que no le conducen a la vida verdadera. Acá tenemos mucha tela que cortar. El mundo del Chile del 2007, no deja de ser preocupante la cantidad de actitudes, palabras, acciones que en realidad, no nos dejan nada para nosotros. Hoy día asistimos en la televisión a un espectáculo digno de circo romano, en que no importa quien sea la víctima de turno; la idea es clara: pan y cebolla para el pueblo; un sector de la prensa tampoco se queda atrás en este circo. La lucha descarnada por ganar al otro a costa de desacreditamientos, tampoco debe dejarnos indiferentes: la interactividad informativa nos ha llevado a la escena de la destrucción pública de la imagen de quien se cruce por el frente. Después, nadie es responsable. Los medios de comunicación se defienden diciendo que es lo que vende, es lo que la gente pide... y algo de razón tiene. Y eso, ¿a qué nos conduce? Les aseguro que a nada bueno. El hombre ha sido creado para cosas mucho más trascendentes que averiguar la vida privada de algunos; ya lo aprendimos en los domingos pasados. Nosotros debemos dar pruebas de amor sólidas, que nos lleven a trascender, que nos enseñen actitudes verdaderas de vida. La vanidad puede llevarnos a perder el norte de nuestra existencia, centrándonos en cosas que nada tienen de beneficioso para nuestra vida. Debemos revisar nuestra vida y actitudes a la luz del Señor, de su Evangelio, no a la luz de las otras personas. Debemos cuidarnos de la vanidad, que nos puede llevar a crear fantasías en torno a personajes públicos, pero que poco aportan a nuestra existencia. Dios quiere que nos centremos en lo verdaderamente necesario: vivir para los demás, no pendiente de lo que hacen los demás. Ponernos al servicio del otro, esa es una actitud clara que combate nuestra vanidad, que no nos deja salir de nosotros.
- Despojarse del hombre viejo, de sus obras, y revestirse del Hombre Nuevo: En el lenguaje paulino, dejar atrás al hombre viejo, implica dejar atrás actitudes que nos han separado del Señor (lujuria, impureza, pasión desordenada, malos deseos, avaricia), para ser reemplazados por actitudes más espirituales. Hay que renovarse – dice Pablo – según la imagen del Creador. La lucha nuestra debe reflejar actitudes mucho más solidarias, mucho más comprometidas, mucho más acabadas en el Espíritu. Todas las lecturas de este fin de semana, encierran en el fondo esta idea: hacer que viva en mí el hombre nuevo, salvado por Cristo, dejando atrás al hombre viejo, caído por el pecado.
- La avaricia como centro de un pecado mayor en nuestra vida: El mensaje del Evangelio, es claro: hay que acumular tesoros en el cielo, porque acá las cosas son solamente medios, no fin en sí mismas. Por eso, el discípulo debe preocuparse en crecer en actitudes de apertura hacia las necesidades de los otros; si bien es cierto, es necesario tener las cosas mínimas para vivir, el resto es avaricia, si no soy capaz de compartir con los demás lo mucho, o lo poco que Dios me permite tener. No se trata de darlo todo a los demás, sino solo de estar consciente de que las cosas materiales que poseemos no nos enriquecen a los ojos de Dios, aunque para el mundo sea signo de status, no lo es para Dios. La avaricia puede llevarnos a otros pecados, como la mezquindad, el orgullo, la despreocupación de mis hermanos, el ocio, la vanidad... Debemos entonces poner atención a las frases del Evangelio: “Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida del hombre no está asegurada por sus riquezas”. No olvidarse que estamos en el Mes de la Solidaridad.
- Hay que preocuparse por el mañana: Las lecturas, al hablarnos de nuestras actitudes hoy con respecto a lo que la vanidad y la codicia pueden llevarnos, nos adentra en un tema mucho más amplio, que es el mirar nuestro futuro: debemos trabajar por construir un futuro mas esperanzador, mas lleno de solidaridad, no tan centrado en nosotros y en lo que podemos tener o codiciar. Nos abre a la escatología, a la vida futura junto a Dios. Para eso debemos acumular riquezas a los ojos del Señor.
- ¿Para quién estamos acumulando y sembrando hoy?: Esta pregunta la dejo tirada, sobre todo por lo absorvente que se ha transformado los trabajos que hoy realizamos. Hemos descuidado cosas trascendentales, como la familia. Hoy, en muchas casas las relaciones fraternales han desaparecido; muchos padres se quejan de que no tienen tiempo para sus hijos; muchos hijos se quejan de que sus padres solo tienen tiempo para el trabajo, relegándoles a segundo o tercer plano… ¿Qué estoy acumulando?, ¿Para quién estoy sembrando? Es verdad, que muchos son empleados de otros, pero en algunos casos, se trabaja de modo independiente… ¿no podremos parar un poco para darle tiempo a lo que realmente importa?, ¿no podré compartir mi tiempo con mi familia, mis hijos? Cuidado, que gran parte de nuestros problemas familiares hoy radican en este punto.

Muy bien. Que esta semana podamos corregir actitudes que vayan por esta línea en nuestra vida, que seamos capaces de esforzarnos por ser mejores, que dejemos que nazca el hombre nuevo, y desaparezca en hombre viejo de nuestra existencia. Amén.