sábado, septiembre 29, 2007

Solemnidad externa de Nuestra Señora del Carmen, Madre y Reina de Chile

Nota: En Chile el último fin de semana de Septiembre, se dedica al día de la oración por Chile, y se consagra a la Virgen del Carmen... si eres del extranjero, la homilía no coincidirá con lo que escuches en las Misas en tu país...
Lecturas
Jdt. 13, 18 – 20 a; 15, 8 – 10
Cánt. De Judit
1 Tim. 2, 1 – 8
Jn. 19, 25 – 27

El último domingo del mes de Septiembre, Mes de la Patria, la Iglesia en Chile lo dedica en particular a orar por este país, por nuestros gobernantes, por cada uno de los ciudadanos que habitamos esta patria. Y todo esto, bajo el amparo de Nuestra Señora del Carmen, Reina y Madre de Chile. La idea, es incrementar la fraternidad entre todos los compatriotas, y así tratar de construir un país más justo y solidario, en donde el país sea el espacio para todos.
Las lecturas, nos hablan de dos temas claros: la presencia de una mujer (Judit), que socorre a su pueblo del poder opresor del enemigo, mujer en la que vemos la figura de María Santísima, parada al pie de la cruz, viendo morir a su Hijo Jesús, y recibiendo a otro (Juan) como su hijo a quien custodiar y ayudar; y el segundo tema nos hace un claro llamado a orar por los gobernantes y gobernados de nuestra patria, para el bienestar y la paz de todos.
Orar por Chile, eso es lo que se nos propone este fin de semana en las lecturas. Fijémonos en lo que hemos construido en este último tiempo como nación, en los avances, en las cosas que aún reclaman más preocupación de parte de todos, en cada una de las cosas que hemos hecho nosotros por el país. No es fácil reconocernos, habitualmente no hacemos el ejercicio de mirar quienes somos. La pregunta para este fin de semana se tiñe con esta Solemnidad de la Virgen del Carmen, como nuestra madre, pensando en que debemos ponernos bajo su amparo y protección, poniendo nosotros también los elementos necesarios para hacer de Chile un país más grande.
¿Qué es lo que queremos para Chile? Ese puede ser un punto de comienzo en esta reflexión al finalizar el mes de la patria; los sueños de país, que hoy existen, necesitan tomar cuerpo… nos acercamos aceleradamente al Bicentenario de la patria, 200 años de historia como nación, que necesitan despertar y hacerse realidad.
Los Obispos en Chile, en vistas a este Bicentenario, cuando sacaron un documento hace 3 años atrás, nos hablaban de rescatar el alma de Chile, de ser constructores de la sociedad, de rescatar los valores que orienten a todos: el valor de la verdad, el derecho a la libertad, el respeto a la conciencia, la familia…
Que interesante mirar a Chile con ojos esperanzadores, a pesar de los signos de desesperanza que pesan sobre cada uno. Creo que esto último, es producto del pecado que se manifiesta en el actuar personal, y se refleja en el camino de todos: es lo que la Iglesia llama el pecado social…
El padre Alberto Hurtado, cuando se preguntaba si Chile era un país católico, apuntaba a la idea de que cada católico debe ser un incansable pregonero del bien, de anunciar y encarnar el evangelio de Cristo, de llevarlo a los que lo necesitan, de mirar con sus ojos.
Cuando vemos que en Chile avanzamos en tantas cosas, tecnológicas, económicas, reformas de salud, educación y recursos, como Chile solidario, un techo para Chile y otras instituciones de beneficencia y ONGs, no podemos dejar de cuestionarnos esa pregunta del padre Hurtado, que asalta nuestra conciencia con una respuesta que no se nota: desigualdad social preocupante, apremio en nuestros puestos de trabajo pensando en que me pueden echar de él, sueldos indignos de los jubilados y pensionados, despersonalización de las relaciones humanas, desintegración de nuestras familias, grados insospechados de violencia e inseguridad.
¿Qué es lo que queremos para Chile?... ¿indiferencia por el sufrimiento ajeno, desigualdad social, familias desechas por intereses personales?... ¿Es eso lo que queremos para Chile? La respuesta a esta última pregunta va a depender de las prioridades de nuestra vida. Para algunos, hacer grande a Chile significa tener un mayor poder económico, vivir diluidos en un mundo globalizado, en el que paradójicamente no me entero, o no me quiero enterar de lo que le ocurre a mi vecino, llevar la mayor cantidad de dinero a mi hogar, para que a los niños “no les falte nada”; para otros hacer grande a Chile va a significar abrir los ojos, trabajar para ayudar a otros, poniendo sus talentos y tiempo a disposición de los demás, aprendiendo a escuchar y compartir. Este último Chile, que se conlleva mejor con el evangelio, es al que queremos apuntar.
Si Judit, en la primera lectura, no hubiese sido capaz de confiar en el poder de Dios para vencer a su enemigo, jamás hubiese podido ayudar a su pueblo. Esa confianza necesitamos para hacer grandes cosas. El magistrado Ozías así lo declara: “Nunca olvidarán los hombres la confianza que has demostrado y siempre recordarán el poder de Dios...” Creo que en Chile nos faltan hombres y mujeres valientes, capaces de caminar tranquilos y confiados en el poder de Dios, poniendo sus talentos y fuerzas al servicio del bien común. El cristiano, el católico, es un ser con vocación de servicio. No busquemos a esas personas al lado nuestro, porque nosotros somos los primeros responsables de esta tarea.
La oración por los gobernantes y habitantes de un país, es algo agradable a Dios, nos dice Pablo, porque ello ayuda a que se construya la paz y el bienestar para todos, aprendiendo a llevar una vida piadosa y digna de acuerdo al querer de Dios. Nosotros, la primera tarea que debemos hacer, es orar por ellos, para que actúen con “recta intención, sin arrebatos ni discusiones” nos decía la lectura. El trabajo de los gobernantes es preocuparse por el bienestar de todos, el deber de los que son gobernados, es conocer a quienes les hemos dado nuestra confianza a través del voto, y orar por ellos.
Al finalizar esta reflexión, no nos olvidemos de la presencia de la Virgen, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, a quienes los Padres de nuestra patria, la pusieron como patrona y protectora. Pidamos a ella que interceda ante Dios para que Dios nos ilumine el corazón y las acciones, para que mueva nuestras conciencias y nos haga reaccionar, aprendiendo a hacer de Chile el país que Dios quiere. a ella como Madre de Chile, Generala de las Fuerzas Armadas, todos los hombres y mujeres de este país, nos encomendamos. Amén.

sábado, septiembre 22, 2007

La astucia de los Hijos de la Luz

25º domingo del tiempo ordinario
23.09.07

Lecturas
Am. 8, 4-7
Sal. 112
1 Tim. 2, 1-8
Lc. 16, 1-13

Avanzados ya en el tiempo ordinario, este domingo que vivimos, las lecturas nos llevan a pensar en el tema de la administración de los bienes que se nos encomiendan, sobre el abuso de quienes emplean a otros; y creo que esta premisa, la de ser un buen administrador, es la mejor empresa que podemos emprender junto al Señor para administrar los bienes que Dios pone en nuestras manos.
En la primera lectura, leemos al profeta Amós, que era un hombre muy preocupado por la conducta social de sus contemporáneos, especialmente de las desigualdades sociales que se vivían entre quienes tenían mucho, y quienes casi no tenían nada. En la época de los patriarcas y los jueces, se había llegado a una equilibrada idea de sociedad justa y solidaria, pero con el correr de los siglos, todas estas leyes habían caído en olvido, y por eso en la lectura de hoy, leemos una crítica muy fuerte respecto al traspaso de esas leyes de un modo arbitrario y mezquino. Pero el Señor, a través del profeta, les hace entender que Él es justo, y no dejará pasar esas injusticia contra los más débiles; el Señor hará justicia a los pobres pisoteados: fíjense que la lectura habla de hombres que esperan a que pasen las fiestas religiosas (en donde no se trabajaba), para poder seguir ganando más dinero y bienes del que ya tenían…¿suena conocido eso hoy? Realmente el texto hoy para Chile, es profético, cuando la Iglesia ha puesto en discusión el tema de un sueldo que sea de acuerdo a las ganancias de los empleadores.
En la segunda lectura de Pablo a Timoteo, le hace ver la necesidad de orar por quienes dirigen al pueblo, de rezar por quienes tienen en sus manos los destinos de los hombres: los gobernantes. Les recomienda que “los hombres oren constantemente, levantando las manos al cielo con recta intención, sin arrebatos ni discusiones”. En los gobernantes están los destinos de los pueblos, por lo mismo, orar por ellos, es ayudar a que Dios reine en la tierra, para que decidan según el corazón del Señor. Dios quiere que todos los hombres se salven, y que disfruten de “paz y tranquilidad, llevando una vida piadosa y digna”.
En el Evangelio de Lucas, continuamos hablando el tema del dinero y la administración, siendo creativos, responsables y fieles con lo encomendado. Hay dos puntos claros de comparación: los hijos de este mundo, que son sagaces, gestionan las cosas de este mundo (dinero), y por lo mismo, son esclavos del mismo, a quien transforman en su Señor; y los hijos de la luz, que conocen al Mesías, gestionan las cosas del Reino (Dios), a quien sirven fielmente. Es por esto, que al final del texto de hoy está esta máxima evangélica: “No se puede servir a Dios y al dinero”.
¿Qué deducimos de estas lecturas?
- La justicia de Dios es la garantía de los pobres: En la lectura de Amós leemos los atropellos de los que eran parte los poderosos comerciantes del Israel de aquella época. ¿Qué ocurre hoy entre nosotros al respecto? Hoy, vemos que en nuestro país también tenemos grandes diferencias y atropellos a la dignidad de los que menos tienen. El tema de la justicia social, no es ajeno a Dios ni a la Biblia, su Palabra. Es por ellos que nosotros, como hijos de Dios tenemos el deber de velar porque la justicia a nivel social, no sea solo una utopía entre los hombres, sino una realidad enmarcada en lo que Dios quiere para sus hijos. El tema de los sueldos, más concretamente, debe ser un tema de dignidad humana, que en nuestro caso es alimentado por la caridad divina que nos da para que nosotros administremos.
- Orar por todos: La oración, ya lo sabemos, es la riqueza de un corazón que no se cierra a nadie. Orar por quienes gobiernan, orar por los que tienen poder, orar por todos, por la prosperidad de todos los hombres, es un deber cristiano que no debe ser jamás dejado. Orar por quienes nos gobiernan, es orar por nosotros mismos.
- La astucia de los Hijos de la Luz: La expresión “Hijos de la Luz” en este evangelio se refiere a los primeros discípulos de Jesús que se han decidido a seguirlo, y por lo mismo, han sido “iluminados” por Jesús y su Evangelio. A ella se opone en el Evangelio la expresión “hijos del mundo”, en referencia a aquellos cuya vida gira en torno a las preocupaciones del mundo (poder, dinero, etc.) A estos últimos Jesús los alaba, no porque su proceder sea bueno, sino por la astucia que tienen para moverse entre las cosas del mundo, y por eso la parábola; sin embargo, el Señor llama a sus discípulos a ser tan sagaces como los hijos del mundo, a ser tan astutos como ellos, para actuar y moverse en el mundo como ellos, pero con una diferencia radical: Esa astucia no es para ganar para sí mismo, sino para los demás. Esa es la clave.

Iluminados por esta Palabra, pidamos a Dios la voluntad necesaria para hacer de nuestra vida un reflejo de la Voluntad Divina. Amén.

sábado, septiembre 15, 2007

Dios de las Misericordias

24º domingo del tiempo ordinario
16. 09. 07

Lecturas
Ex. 32, 7-11. 13-14
Sal. 50
1 Tim. 1, 12-17
Lc. 15, 1-32

El domingo pasado aprendíamos que la sabiduría y la prudencia son necesarios en nuestro itinerario de camino como discípulos; ahora, nosotros en este itinerario que nos van proponiendo las lecturas dominicales, aprendemos a caminar con el Señor, que quiere nuestro bien y nuestra felicidad. Para este fin de semana, nos presentarán una vivencia muy común entre nosotros, que es darle la espalda al Señor, muchas veces sin darnos cuenta. Por esto las lecturas nos hablarán de idolatría, arrepentimiento y vuelta hacia la casa del padre. El Señor nos llama a cada uno a mirar nuestro camino e identificarse con estas lecturas. Cada cual debe reconocer en este itinerario, su propia vivencia, que no siempre es de lo más fácil. Todas las lecturas, están traspasadas por un dejo de misericordia muy potente de parte de Dios, que en definitiva define nuestro camino como discípulos. Miremos las lecturas.
En la primera lectura, Dios critica al pueblo, que se ha olvidado de lo que Él ha hecho por ellos, y lo han reemplazado por un becerro de oro. Moisés intercede por ellos, y Dios les perdona la infidelidad; pero lo que destaca en la lectura, es el hecho de que el pueblo olvida tan fácilmente su historia con Dios, dejando de adorarle por reemplazarlo por un ídolo. Algo de eso también nos pasa a nosotros cuando dejamos que otras cosas ocupen el lugar de Dios en nuestra vida.
En la segunda lectura, Pablo nos insiste en que él ha alcanzado la misericordia de Dios por pura gracia, y que por lo mismo, proclama con toda seguridad que Jesucristo es el Salvador, en quien encuentran misericordia los pecadores.
En el Evangelio, nos encontramos con el capítulo 15 de Lucas, en donde se nos habla de la búsqueda, la alegría, la misericordia y de la vuelta a Dios. Este capítulo contiene a través de tres parábolas muchos elementos que nos hablan de un camino de conversión, y por lo mismo este capítulo 15 de Lucas es presentado muchas veces destacando estos elementos. Acá escuchamos hoy la parábola de la oveja perdida, la de una mujer que pierde una moneda, y la del llamado Hijo pródigo, o del Padre Misericordioso. El final de las tres parábolas destaca la alegría por encontrar aquello “extraviado” (la oveja, la moneda, el hijo), y subraya de ese modo la enseñanza de Jesús frente a los fariseos que le criticaban su cercanía por estar al lado de los pecadores y publicanos de la época.
Bien, ¿qué podemos decir para cada uno de nosotros?
- La idolatría nos aleja de Dios; la misericordia nos acerca a Dios: La idolatría de la que es objeto el pueblo, situación que nos describe la primera lectura; Israel se había olvidado, casi recién hecha la alianza, de su Señor, y no duda en reemplazarlo por un ídolo. Un ídolo es la imagen de algo falso, que lo exaltamos, dándole un lugar destacado, que nos llega a confundir con respecto al lugar que le corresponde. Nosotros, varias veces transformamos en ídolo en nuestra vida a personas, cosas o situaciones, que nos hacen olvidar el lugar que le corresponde a Dios. Pablo, lo entiende así, y por lo mismo proclama firmemente una sentencia segura: Jesús es el Salvador. El hijo pródigo del Evangelio, también equivoca su vida, transformando en ídolo su libertinaje, su dinero y demás excesos. Pero la misericordia de Dios, va más allá, y el perdón no se hace esperar frente al clamor de Moisés en la primera lectura, que intercede por Israel, y Dios les perdona; o en el Evangelio, donde el padre de la parábola del hijo pródigo, no duda en esperar todas las tardes la vuelta de ese hijo que se ha ido de su casa. Así nos trata Dios a cada uno cuando nos alejamos de su entorno.
- La alegría de Dios por encontrarnos: En el Evangelio, Jesús muestra esta actitud frente a tantas críticas de los fariseos que no se conforman con ver a Jesús rodeado de pecadores. La alegría es la enseñanza central de las tres parábolas: el hombre que encuentra la oveja perdida: “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido...”; la mujer que se alegra de encontrar la moneda: “Alégrense conmigo, porque encontré la dragma que se me había perdido...”; y la alegría del padre cuando su hijo vuelve: “Es justo que haya fiesta y alegría, porque este hermano tuyo estaba muerto...”. Así se alegra Dios cada vez que nos atrevemos a salir de nosotros para abrirle su corazón, y hay fiesta en el cielo por ello.
- El olvido de Dios: Uno de los puntos altos de las lecturas de este fin de semana, van de la mano de este tema. El espíritu de los israelitas en el desierto que se olvidan de lo que Dios ha hecho con ellos, Pablo que reconoce que su vida estuvo mucho tiempo alejada de Dios, la actitud de la oveja que se va y se pierde, del hijo que abandona la casa del Padre, son sin duda, signos del olvido de Dios que las lecturas nos dejan como rastro para que reaccionemos positivamente frente a esta realidad que también nos toca de cerca muchas veces, cuando creemos que podemos vivir sin el Señor, o cuando sin darnos cuenta, sin hacerlo conscientemente, nos alejamos de su Voluntad, de su Presencia, de su casa… ¿Qué hacemos por volver?, que hacemos por reencontrarnos con Dios nuevamente?

Podríamos agregar muchos elementos más a las lecturas de este fin de semana, pero dejemos espacio a la oración de cada uno también. Amén.

sábado, septiembre 08, 2007

Discípulos entregados

23º domingo del tiempo ordinario
09.09.07

Lecturas
Sab. 9, 13-18
Sal. 89
Flm. 9 b- 10.12-17
Lc. 14, 25-33

En todo el camino del discipulado del Señor, no son pocos los que han dejado de seguirle por los motivos más diversos. Como católicos, creo que tenemos un alto nivel de deserción en comparación con otras creencias y religiones. A veces creo que no tuvieron la gracia de escuchar una palabra acogedora dentro de la Iglesia, otras, que ellos también se cerraron a esa gracia, otras, que siempre fueron parte del montón y jamás se custionaron su forma de vivir el cristianismo en el mundo, y lo religioso lo asocian más a algo mágico y supersticioso que a lo vivencial y cotidiano de la vida. Hoy, nosotros sabemos que el ser discípulo del Señor implica mucho más que rezar una hora a la semana; es una forma de vida, es como enfrentamos esa invitación que el Señor nos hace, es el atreverse a mirar al Señor de frente y decirle si de corazón.
En las lecturas de este fin de semana, nos llevan a plantearnos nuevamente estas propuestas de vida. Hoy, en la lectura del Evangelio, el Señor, que continúa su camino hacia su Pascua en Jerusalén, hace un alto, mira a toda esa multitud que le sigue, y les raya la cancha de un modo radical. Talvez, veía ya que mucho no le seguían con ánimo de jugársela por entero, y solo esperaban otro de sus magníficos milagros; pero Jesús quiere llevarlos un paso más allá. Si la semana pasada les hablaba sobre el discipulado (dejar orgullo y cultivar la humildad), hoy, en un texto inmediato al del domingo pasado, les habla sobre la radicalidad de ese discipulado.
En la primera lectura, el libro de la Sabiduría nos dice que es la sabiduría de Dios quien ayuda al hombre a discernir lo que corresponde para alcanzar esa vida de Dios, es la sabiduría la que lleva al hombre a la salvación. Es Dios quien nos ha dado esa sabiduría. El hombre necesita hacer ese camino de sabiduría para conocer el plan de Dios. En resumen nos dice que solo quien tiene la sabiduría venida de la gracia del Espíritu puede conocer y vivir en la voluntad de Dios: dichoso el hombre que alcanza ese nivel de discernimiento, porque se salvará.
En la segunda lectura, Pablo, anciano ya, le da recomendaciones a su hijo y amigo en la fe, Filemón, que reciba a Onésimo, a quien le pide tratar como un hermano; recordemos que en esa época, la esclavitud era habitual, y Onésimo lo era, sin embargo Pablo, saltando esos protocolos, le trata y llama hermano. Es un bonito paso, en el siglo primero, de mirar a la luz del Evangelio de Jesús más allá de las barreras sociales. Se trata de mirar como hermanos a quienes están al lado.
En el Evangelio, Jesús nos habla de una familia, que va más allá de la carnal; se trata de la familia de Dios, para la cual el primer paso es ser discípulo. La invitación del Evangelio es a formar parte de esta familia, no sin antes atreverse a cargar con la cruz que ello significa: Para eso, el hombre ha de ser prudente, calculando si está dispuesto a correr ese riesgo. Otras de las cosas que plantea es en relación al discipulado: ni las relaciones familiares, ni las posesiones materiales deben apartar del Señor. Renunciar es el verbo implícito que nos muestra la lectura.
Estas claves nos pueden ayudar para entender mejor este mensaje, y aclararnos en qué punto de nuestro seguimiento estamos hoy.
- Sabiduría y prudencia de parte nuestra: Hoy, estamos enfrentados a muchas cosas que no sabemos resolver como corresponde. Nos gustaría tener claridad frente a situaciones cotidianas, que pueden parecer tan sencillas, pero que en realidad exigen el mejor de los esfuerzos de nuestra parte: ¿cómo educar a mis hijos?, ¿qué le digo a esta persona que necesita una ayuda?, ¿qué decido frente a ese problema familiar?... no son pocos los cuestionamientos que enfrentamos. La primera lectura nos aporta alguna luz. Nos dice que el hombre no alcanza a ver todas las realidades, solo Dios lo hace; por esto es necesario pedir siempre la sabiduría a Dios para no desesperar frente a las preocupaciones diarias... y prudencia, como nos pide el Evangelio: no podemos hacer, decir o actuar sin antes saber bien en qué terreno nos movemos; hay que “calcular” si puedo terminar la torre que me propuse edificar, hay que “considerar” si estoy convenientemente “armado” para “enfrentar” a quien viene contra mi. La sabiduría para entender el plan de Dios, y la prudencia, son herramientas eficaces en este camino del Señor. El hombre sin ellas, poco podrá entender y hacer correctamente.
- Discipulado radical y sincero: El discípulo del Señor debe saber que su seguimiento no está sujeto a tincadas o corazonadas locas. No, es mucho más fuerte y radical. Implica un nuevo orden de relación con los demás, a los que se les pasa a tratar como parte de mi familia; se entra a formar parte de una nueva familia, la de Dios. Y este discipulado no se entiende sin desprendimiento; es el sello característico, es la forma más firme de ser discípulo. La sinceridad que supone dejar familia carnal para pasar a formar parte de una nueva familia espiritual, y el desprendimiento de lo mío, mis cosas para pasar a formar parte de una comunidad, supone sinceridad en mis acciones, incluyendo el llevar mi cruz junto a otros hermanos. Supone hacer un ejercicio de cálculo, de oración, de búsqueda y fortalecimiento para saber si estoy dispuesto a hacer ese tránsito de hombre que ve pasar al Señor y ese otro hombre que se atreve a caminar con el Señor como discípulo suyo.
- Aprender a renunciar a aquello que me ata: Esta es una clave muy importante, que enmarca el Evangelio, y que debe caracterizar mi caminar. Y no es fácil, pero la renuncia se da en el contexto de discipulado, o sea, en un camino que significa cargar una cruz, llevar en mi mente y corazón el querer del Señor, su Palabra, su gracia. Solo así la renuncia y la entrega tendrán un sentido redentor y nos entrará en provecho para nuestra misma salvación.


Debemos sopesar prudentemente nuestra vida, y de hacer los cálculos necesarios para tomar el ritmo de camino que Dios nos propone. A veces en nuestro caminar se nos olvida que no vamos solos; otras veces se nos hace casi rutinario seguir a Jesús. Y Dios no quiere que nosotros seamos solo espectadores, quiere que seamos discípulos, como lo aprendíamos la semana pasada, discípulos que corren su misma suerte. Amén.
Pidamos al Señor que nos enseñe a entender este camino, que nos ilumine la inteligencia de la fe, y que sobre todo, nos transforme en auténticos discípulos suyos. Amén.

sábado, septiembre 01, 2007

Humildes para entrar al Banquete del Reino

Perdon por la interrupción la semana pasada... estaba enfermo, pero acá les dejo mi reflexión para este fin de semana...
22º domingo del tiempo ordinario
02.09.07

lecturas
Eclo. 3, 17-18. 20. 28-29
Sal. 67
Heb. 12, 18-19. 22-24
Lc. 14, 1.7-14

En las lecturas de estos últimos domingos, el Señor nos ha mostrado lecciones relacionadas con la grandeza del discípulo, donde se encuentra esa grandeza, y cómo debe ser trabajada. Hoy, las lecturas continúan reforzando esas ideas, ayudándonos a entender el sentido profundo de la humildad, como clave para alcanzar el Banquete del Reino.
En la primera lectura del Eclesiástico, encontramos un buen resumen de lo dicho anteriormente: Allí se contrapone la humildad y el orgullo, diciéndonos que la humildad es la grandeza de los que glorifican al Señor. El hacerse grande a los ojos del Señor solo será posible haciéndose humilde y pequeño.
La carta a los Hebreos nos recuerda que nosotros nos hemos acercado al Señor. Esa cercanía al Señor, nos permite acercarnos a su perfección, para no caer en la tentación de no querer escuchar al Señor. Para el cristiano, la redención del Señor es lo que provoca la cercanía hacia la salvación.
El Evangelio nos introduce en estas ideas, hablándonos a través de parábolas en boca de Jesús en relación por un lado con los invitados a un banquete, y por otro a quien invita al banquete. Con respecto a los invitados es necesario saber que no hay que sentarse en el primer lugar, para no ser humillado si hay alguien más importante que uno, y ser sacado de allí para ser puesto en el último lugar. Donde nos sentamos en un banquete, eso lo decide quien invita, no el invitado. La grandeza de este hombre estará en saber ocupar el lugar menos privilegiado, para que sea el Señor quien ensalce, y no el hombre: “porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”. Ahí está la clave. Y con respecto a quien invita al banquete, la grandeza no está en invitar a quienes te pueden devolver ese favor (amigos, hermanos, parientes y vecinos ricos), sino a quienes no pueden hacerlo (pobres, lisiados, paralíticos y ciegos). Ahí está la felicidad, en tratar de ser un perfecto reflejo de la realidad del Reino.
Ya sabemos que la humildad es la actitud a trabajar entonces, según las lecturas de esta semana, profundicemos en esta enseñanza.
- Humildad como actitud para vencer el orgullo: En el mundo, uno de los pecados más graves que nos separan de los demás, es el orgullo. El orgullo, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, está relacionada con la arrogancia, la vanidad y el exceso de estimación propia. Cuando somos autosuficientes, nadie más nos importa, y por lo mismo, corremos el riesgo de sobreestimar nuestro yo de modo negativo y falseado: nos comparamos a los demás, y nos creemos superiores, poderosos. En la primera lectura, el Eclesiástico nos invita a mirar nuestra realidad y nos dice “cuanto más grande seas, más humilde debes ser”. La grandeza del hombre, es fruto de un esfuerzo que el mundo no entiende, porque no hablamos de criterios del mundo, sino de los del Reino del Señor. La humildad consiste en saber que nuestra grandeza es ante los ojos de Dios, la humildad implica saber que el mérito es de Dios, que me ha concedido la grandeza de reconocerle como Señor; la humildad aparece cimentada por el esfuerzo de crecer todos los días un poco más, la humildad es reconocerse criatura, sabiendo desde esa realidad relacionarnos con Dios y los demás. Por lo mismo, no hay que ensalzarse innecesariamente ante los demás, sino ante los ojos del Señor, no vaya a ser cosa que nuestro orgullo no nos deje ver que hay gente más importante que nosotros, y que seamos humillados ante los demás. Recordemos que nosotros vemos las apariencias, solo Dios lo ve todo. El orgullo nos engaña, y nos hace querer ocupar el lugar de Dios, quitándole el mérito a Dios de las cosas, creyendo que no necesitamos de Él, que no es necesario contar con Él.
- Los humildes heredarán el Reino: La enseñanza no aparece así expresada en la lectura evangélica, pero eso es en el fondo a lo que apunta; quien quiera entrar al banquete a ocupar los primeros lugares, que se haga pequeño, que sea humilde: de ese modo llamará la atención del Señor del Banquete que le llamará asentarse en los primeros lugares. Es el Señor el que invita, y decide en dónde estamos ubicados en el banquete
- Cuidado con la falsa humildad: No pocas personas en la Iglesia hoy se escudan en una falsa humildad, diciendo que no son capaces para realizar tal o cual actividad, o que no pueden realizar tal cosa, que no “son dignos”, o que no “se lo merecen”. En estas cosas hay que tener cuidado. A veces nos podemos escudar en una humildad fingida, que más que humildad suena a excusa para no querer comprometerse con el Señor: muchos dicen.... “ no, yo soy tan pecador”... y yo me pregunto...¿y qué haces por salir de tu pecado? ¿qué es lo que te impide ser mejor? Muchas veces es la flojera, y no la humildad. Está bien que nos reconozcamos pecadores, pero que esa no sea la excusa para ser mejores. La actitud de un discípulo del Reino – que es el fondo de estos textos – es reconocer con humildad mi realidad para mejorarla, y no quedarse estáticos y cómodos. El Evangelio solo hace efecto en nosotros cuando nos cuestiona y nos llama a movernos; sino, es en vano escucharlo si no le saco provecho.
- Moverse por los criterios del Reino, y no los del mundo: Somos dados a vivir socialmente del intercambio de favores, así funcionamos en este mundo. Sin embargo, el Evangelio hoy nos enseña que eso no sirve para ser feliz. La felicidad está en emular el criterio de Dios, que se fija en el más desposeído para invitarlo al banquete.

Queda claro este fin de semana, que el humilde es el que es verdaderamente feliz. Pongamos el mejor de los esfuerzos entonces, para aprender a ser humildes, y no pasar la vida con falsos orgullos que no nos alcanzan la felicidad. Amén.