sábado, diciembre 22, 2007

4º Domingo de Adviento

4º Domingo de Adviento
23.12.07

Lecturas
Is. 7, 10-14
Sal. 23
Rom. 1,1-7
Mt. 1, 18-24

Hemos llegado al fin del tiempo del Adviento, ad portas además de la Noche Buena, preparándonos abiertamente para celebrar esta Navidad del Señor, animados por el camino que ilumina la vida de Dios en nosotros.
Las lecturas de hoy se fijan en la esperanza del nacimiento del Emmanuel, del Dios con nosotros, que esperaba el pueblo de Israel, y que nosotros vemos completada esa espera de los tiempos en la persona del Niño Jesús. Miremos las lecturas.
Isaías hoy nos narra un texto en el que se anuncia el nacimiento de alguien que será la esperanza del pueblo, amenazado por las manos de los pueblos de Damasco y Samaría que ponían en peligro la vida política de Judá. ¿Hay esperanza allí? Si, la hay, y la señal es un niño, que será Emmanuel, Dios con nosotros, justo cuando necesitamos que nos ampare el Señor. Cuando vacila la fe (“no quiero tentar al Señor”), solo queda la esperanza en la misericordia de Dios. A pesar de la ironía y rechazo del rey Acaz, el Señor da la señal, precisamente para afirmar la fe de los vacilantes. El texto de Isaías, si bien es cierto, piensa en un mesías-salvador temporal, nosotros hoy a la luz de la Revelación, lo aplicamos claramente a la presencia de María (una virgen) y Jesús (Emmanuel).
La carta de Pablo a los Romanos nos recuerda las verdades reveladas en las Escrituras: Que Jesús es el descendiente de la casa de David, que en Él el Padre Dios nos ha revelado su salvación, llamándonos a la santidad para así cumplir las promesas hechas a los profetas. Es bueno recordar estas palabras precisamente hoy, tan cerca de la Navidad que da ese cumplimiento de las promesas. Estos días debieran ser para nosotros motivos de profunda alegría y agradecimiento al Señor. Misteriosamente, esta Revelación y su pleno cumplimiento, no llega a todos, no todos tienen la finesa de espíritu ni la apertura de la inteligencia de la fe para alcanzar a comprender el sentido de la festividad de Navidad.
Hoy, en el Evangelio asistimos a la visión de San José sobre los hechos que envuelven a su mujer. Extrañamente, a José lo dejamos postergado en estas festividades, así es que… bienvenido el Evangelio de hoy. A José le sigue una fama de hombre Justo por excelencia; hoy en el Evangelio hemos descubierto porqué. En el texto, vemos que este hombre tiene miedo de recibir a María en su casa, porque ella ha concebido un niño, y seguramente él no lo asimilaba… socialmente, lo de María era para morir apedreada en la plaza pública, y José tenía todo el derecho de la ley para denunciarla ante las autoridades de la época, porque su honra como hombre estaba en juego; pero en su corazón algo le dice que lo que le pasa a María no es normal, que es algo grande y extraordinario… y no se equivoca. La revelación que recibe en sueños de parte del Angel del Señor, le confirma que su corazón no se equivocaba, que estaba ante algo grande, que era obra de Dios lo que pasaba. Así, lleva a María a su hogar a vivir con ella. Espiritualmente, no es difícil deducir lo que le ocurre a José. Él, un hombre piadoso y preocupado de la voluntad de Dios, debe haber sentido que lo de su mujer estaba envuelto por un halo de santidad y gracia, en la cual él se ha de haber sentido pequeño, y como los justos según la Biblia se inclinan ante el misterio de Dios, de ahí su miedo. Sin darse cuenta, José entra a cumplir la Palabra de Dios, que decía anunciado por los profetas que el Mesías nacería de la tribu de David, de la cual este hombre formaba parte. A diferencia de Acaz que ha rechazado el signo de Dios, José acoge el anuncio del ángel convirtiéndose en íntimo colaborador de Dios. De esta manera la alianza se renueva. La historia de la salvación alcanza en este momento su vértice, lo más alto, y un hombre tuvo la oportunidad de hacer lo correcto para que la Voluntad de Dios se cumpliera plenamente…la llegada, el nacimiento del Emmanuel, ese es el milagro de Navidad.

Aprendizaje de la Palabra:

- Dios con nosotros: La Gran alegría de este fin de semana, viene de la llegada del Dios con nosotros, del nacimiento del salvador. Los signos de las lecturas de este fin de semana, no hacen más que alentarnos en la esperanza del nacimiento de este Niño Salvador, de este Dios con nosotros. ¿Cuántas veces este año sentimos que no estuvimos con Dios, o lo que es peor, que Dios no estuvo con nosotros? Terrible realidad la nuestra, cuando no lo hemos visto. Esta Navidad, ojalá que nadie se quede sin ver a Dios con nosotros. Navidad es la gran oportunidad para descubrirlo… que no se nos pase esta gran ocasión.
- Señales de Dios: La Navidad es una época de señales, el gran signo, es un pequeño niño que nace… ¿habrá algo más maravilloso que eso? Hoy necesitamos señales que nos devuelvan la esperanza, la alegría, la fe. Acaz no quería reconocer ni pedir señales, prefería seguir en la incertidumbre de su oscuridad, de su falta de fe; José en cambio, acepta una señal extrañísima, pero certera. Nunca desechemos las señales que Dios nos envía, sea por los medios que sean, menos en Navidad.

Pidamos fe al Señor, con un corazón agradecido para adorarle con todas nuestras fuerzas, que nuestra alma más que nunca esté plena de fe para esperar su Nacimiento… ¡Ven Señor Jesús! Amén.

sábado, diciembre 15, 2007

Tiempo de Adviento

3º Domingo de Adviento


Lecturas
Is. 35, 1 – 6. 10
Sal. 145
Sant. 5, 7 – 10
Mt. 11, 2 – 11

El tiempo del Adviento que vivimos estos días, ciertamente es un tiempo especial para todos. La cercana Navidad, a todos debe motivarnos para hacer que en nuestra vida nazca el Niño Dios en los próximos días. Nuestra esperanza está puesta en ese nacimiento, mirando hacia ese acontecimiento y mostrando un claro mensaje: vivan esperanzados y alegres, porque el Señor ya viene. Miremos las lecturas de este fin de semana.
La primera lectura, tomada del profeta Isaías, nos habla sobre el florecimiento del desierto, sobre la alegría de la tierra, porque viene el Señor. El profeta invita a fortalecer los brazos débiles, robustecer las rodillas que vacilan, a ser fuertes, porque la alegría de la venida del Señor está a las puertas. La profecía se completa con una imagen decidora: “se abrirán los ojos de los ciegos, se destaparán los oídos de los sordos, el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo”… es una imagen plena, acabada, completa sobre la suerte de quienes viven bajo el amparo del Señor; es una profecía a punto de cumplirse. El texto remata de la siguiente forma: “Volverán los rescatados por el Señor, entrarán en Sión gritando de júbilo, coronados de una alegría perpetua: los acompañará el gozo y la alegría; la tristeza y los gemidos se alejarán”. Eso es la Navidad que esperamos. El profeta, habla ciertamente de la vuelta a Sión, la tierra prometida. Nosotros aplicamos esta profecía para hablar y mostrar nuestra alegría por la vuelta a nuestra tierra, por el nacimiento del Salvador.
La espera es una característica de la vida cristiana, y el apóstol Santiago se encarga de recordar hoy esa espera paciente, fortalecida en la certeza de la venida del Señor. Da como ejemplo a un sembrador, que sabe que los frutos llegarán cuando sea la época adecuada, y recomienda fijarse en los profetas que lo esperaron esperanzados. El Adviento es un tiempo de esperanza muy potente, en donde crecemos en este don. Nosotros caminamos pacientes tras esta esperanza.
Mateo hoy, en la figura de Juan Bautista, nos alienta a crecer en una pregunta: ¿Eres tu el que ha de venir, o debemos esperar a otro? Y la respuesta de Jesús es clara: “Cuenten lo que ven y oyen: los ciegos ven y los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres”… ¿Necesitamos más signos? Estos son una clara manifestación del Mesianismo, de la era en la que Dios reinará… tal como lo anunció Isaías en la primera lectura. Jesús es el cumplimiento pleno de los anuncios de los profetas.

Aprendizaje de la Palabra:
- Adviento es el tiempo de la Esperanza: No hay duda que las tres lecturas, aunque no mencionen claramente la palabra, terminan alentándonos en la idea de la esperanza, que debe crecer fuertemente. Siempre hemos escuchado que tenemos que vivir esperanzados; estos días previos, esa esperanza se hace patente, porque sabemos que el Señor viene, que nacerá en los corazones de quienes lo esperan, que su Presencia llenará la vida de la tierra, para recrearla, tal como lo soñaba Israel de acuerdo a las palabras de Isaías, o como lo hace el sembrador que está esperando para cosechar los frutos, o como Juan Bautista, que se esperanza y pregunta al Señor si es Él a quien esperan con amor. El Adviento debe llenarnos de esta virtud, de este don, y hacer que la Esperanza crezca, que gane terreno en la vida diaria.
- Adviento es el tiempo de la Alegría: También las lecturas de esta semana hacen incapié en este tema. Es la llamada del profeta, es lo que Jesús termina por aclarar… la alegría traspasa el cosmos y las carencias físicas; las imágenes que describe Isaías son enormemente decidoras, y en ellas se manifestará algún día la salvación que el Señor nos ha prometido.

Pidamos al Señor que durante estos días previos a la Navidad crezcamos cada día más en la esperanza y la alegría, como signos claros de un tiempo mesiánico, previo a la llegada del Señor Jesús que nacerá en la Navidad. Amén.

sábado, octubre 27, 2007

Homilía

30º domingo del tiempo ordinario
28.10.07

Lecturas
Eclo. 35, 12-14.16-18
Sal. 33
2 Tim. 4,6-8.16-18
Lc. 18,9-14

En este ya casi, fin del año litúrgico, las lecturas nos siguen adentrando en la honestidad necesaria para dar una buena respuesta a Nuestro Señor. Hoy, más que nunca, necesitamos hacer las cosas honesta y correctamente, para dar testimonio cierto de lo que creemos. San Pablo, con razón nos dice “he peleado hasta el fin el buen combate... conservé mi fe...” El Evangelio nos contrapone dos visiones de vida, que claramente no son compatibles: La humildad y pequeñez asoman como la gran fuerza de quienes siguen al Señor, frente a la autosuficiencia que nos hace mirar solo los méritos que tenemos creyendo que por ellos nos salvaremos. Y nosotros, debemos tomar nuestras propias decisiones.
En la primera lectura, se nos da una buena exposición con respecto a quienes son los “regalones” de Dios: los más necesitados. Durante las semanas anteriores estuvimos hablando sobre ellos: los leprosos, las viudas y los huérfanos. Hoy escuchamos en el libro del Eclesiástico, la fundamentación de esa predilección por parte de Dios: la humildad de éstos y el culto que le tributan. Allí, frente a estas cosas, Dios no se resiste, escucha sus plegarias y les hace justicia. Es el poder de la oración que todo lo alcanza, y que veíamos la semana pasada la necesidad de orar siempre sin desanimarse.
En la segunda lectura, en la continuación de la carta segunda de Pablo a Timoteo, escuchamos una profunda convicción a la que el autor ha llegado: Ha peleado el buen combate, concluyó su carrera, y ha conservado su fe; ahora espera la recompensa por tanta lucha dada, por tanto esfuerzo puesto de su parte. Pablo ha alcanzado esta madurez luego de toda una vida entregada a la causa del Evangelio del Señor. En el fondo, nos habla de la suerte que le espera en esta vida y la futura: el martirio y la gloria de la Vida Eterna.
En el Evangelio de Lucas (nuestro guía durante este ciclo C), escuchamos parábolas que nos hablan sobre la forma de hacer oración, aunque más profundamente, de lo que nos hablan, es de dos formas de actuar: la hipocresía y la humildad; los que se tienen por justos, y quienes se reconocen como pecadores; los que se apoyan en si mismo y en sus obras, esperando de ese modo ganar la salvación, y los que piden conversión y misericordia para llegar hasta Dios. El hombre autosuficiente y calculador, en la parábola ciertamente no alcanza en la oración lo que necesita, porque no sabe lo que debe pedir, y más bien se dedica a destacar todos sus meritos por los cuales el Señor debiera fijarse en él; todo lo contrario del publicano, que en actitud sobrecogedora pide compasión: Este hombre humilde, que se reconoce pecador, que pide conversión y misericordia, ese es el modelo de cristiano que ofrece Lucas a sus lectores.
¿Qué nos enseña Dios?
- La justicia de Dios se realiza en los pequeños y humildes: Lo que escuchamos en la primera lectura, es una doctrina que atraviesa toda la Biblia y la doctrina de la Iglesia. Dios escucha a quienes se reconocen pequeños y necesitados; es lo que ocurre en el Evangelio, con la oración sencilla y profunda que realiza ¡un publicano! Esa es la actitud que Dios alaba, la de quien sabe que necesita de la misericordia. La semana pasada decíamos con respecto a la oración, que ella es la fortaleza de los débiles. ¿quiénes necesitan orar? Los que se reconocen necesitados. El autosuficiente se preocupa de destacar lo que hace, más que lo que le falta cambiar. Ahí está la diferencia entre el fariseo y el publicano.
- El trabajo constante, alcanza recompensa: Lo que San Pablo nos cuenta respecto a su vida, es una experiencia estremecedora; Pablo sabe que ha corrido la carrera, que ha peleado el buen combate, sabe que no ha sido fácil, pero se entrega, ha conservado su fe, y confía en la justicia de Dios. Y abre a la esperanza a todos quienes se aventuran a seguir al Señor a correr su misma suerte: si han dado lo mejor, si han puesto empeño en su vida, no quedarán sin recompensa, recompensa alcanzada por “todos los que hayan aguardado con amor su manifestación”. Al respecto, es significativo lo que hoy ocurrió en Roma, con la beatificación de 498 mártires en España, todos encaminados a la gloria de la que Pablo nos habla.

Cada día podemos entregar más, y eso tiene un mérito tremendo en el camino como discípulo del Señor. Lo que debemos tratar es de construir nuestra historia junto a Dios, pero con mucha honestidad y humildad. Eso es lo que nos hace ser justos a los ojos de Dios, y lo que nos “eleva” frente a lo verdaderamente importante, aunque nos toque sufrir, como Pablo para alcanzar esa “corona”, no quedaremos sin recompensa. Amén.

sábado, octubre 13, 2007

Agradecer a Dios...

28º domingo del tiempo ordinario
13.10.07

Lecturas
2 Reyes 5, 10.14-17
Sal. 97, 1-4
2 Tim. 2, 8-13
Lc. 17, 11-19

¿Quién no ha vivido períodos de exclusión y lejanía de la vida normal? Vivir momentos de soledad y no aceptación, por desgracia, está siendo más común de lo que creemos. La lepra, no solo es una enfermedad de tiempos pasados, sino que hoy seguimos ofreciendo discriminación por distintos motivos. Este fin de semana, las lecturas nos hablan de milagros con respecto a unos leprosos, el sentido que tiene ese milagro, que más que la sanación en sí mismo, el milagro que producen en quienes son salvados y reintegrados a la sociedad. La salvación es universal, es un regalo para todo hombre, y eso queda de manifiesto este fin de semana en las sanaciones a extranjeros.
En la primera lectura, leemos como un general del ejército Sirio, llamado Naamán, llega hasta el profeta Eliseo para pedirle que le ayude a sanar de la lepra. Eliseo le envía a bañarse al Jordán, y sana. Entonces, el hombre lleno de fe, le ofrece sus regalos al profeta, para que se los ofrezca al Señor. Un extranjero (raro en el esquema de salvación judío), que más encima tiene lepra (por ello, absolutamente impuro para un judío), se convierte al Señor luego de ver el poder de Dios.
En la segunda lectura, Pablo nos vuelve a hablar sobre la entrega en el sufrimiento; y de la forma como Dios va dando a conocer su Palabra a través de instrumentos como Pablo, que, a pesar de saberse abrumado por la persecución, no deja de dar testimonio para que otros alcancen la salvación de Dios. Y concluye su reflexión con un himno-doctrinal que da a conocer su propia vivencia: “Esta doctrina es digna de fe; Si hemos muerto con Él, viviremos con Él. Si somos constantes, reinaremos con Él. Si renegamos de Él, Él también renegará de nosotros. Si somos infieles, Él es fiel, porque no puede renegar de sí mismo”.
El Evangelio hoy nos habla sobre las sanaciones de 10 leprosos, que merece una explicación para comprender mejor el texto: El mundo para un leproso que viviera en la época de Jesús no era nada de fácil; esto porque debía cargar con una ley que le obligaba a vivir marginado de la sociedad. Según el Antiguo Testamento[1], un leproso[2] era considerado un impuro, y por lo tanto, debía llevar los vestidos rasgados, el pelo suelto con la cara cubierta hasta los bigotes y gritando que es impuro a todo el que se le acercara. Esto los obligaba a vivir solos, en las afueras de las ciudades, en las cuevas y sólo les era permitido entrar a los lugares habitados para solicitar algo de comida por las calles, evitando cuidadosamente que nadie les tocara, porque esto hacía a la persona que había entrado en contacto con un leproso, uno de ellos, o sea, un impuro.
En los tiempos de Jesús, la lepra constituía una dolencia, un estado de devaluación del propio ser, de la persona; más que una situación biomédica era un asunto social, porque se creía que la dolencia había aparecido a causa de desvíos de las normas culturales, morales e incluso sociales más que físicas: es consecuencia de su pecado. Esto incapacitaba al leproso para estar en lugares públicos y desarrollar actividades normales como cualquier otro israelita. En el fondo, se les incapacita socialmente de cualquier quehacer, haciendo que la persona fuese perdiendo significado de su vida y del mundo.
La curación de la enfermedad era certificada siempre por un sacerdote que debía examinarlo fuera de la ciudad o poblado (Lv. 14,2-3), y luego de comprobar que estaba limpio debía cumplir con el rito de purificación[3] antes de volver a habitar entre la gente del pueblo. Solo entonces volvía a rehacer su vida, comenzaba a tomar parte en las relaciones de su pueblo y por fin, era nuevamente una persona “pura”. En el Evangelio de hoy, vemos como los leprosos, desde lejos le piden a Jesús que tenga compasión de ellos. Jesús, según la ley, les manda donde los sacerdotes para que certifique que han quedado limpios, y luego de que en el camino quedan limpios, solo uno de ellos, que es extranjero, vuelve donde Jesús agradecido por el milagro. Jesús luego de preguntar por los otros nueve, le dice: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”.
Qué podemos aprender nosotros de éstas demostraciones de fe que escuchamos en estas lecturas?
- El cristiano es un agradecido de Dios: Nosotros que vivimos una cultura marcada por el individualismo, olvidamos con facilidad lo que Dios nos da cada día, los milagros que constantemente realiza en nosotros. En las lecturas de este fin de semana leemos cómo el agradecimiento hacia Dios se manifiesta de un modo explícito en la vuelta de estos extranjeros (Naamán y el hombre del Evangelio), que regresan para agradecer lo que Dios ha hecho con ellos. Nosotros estamos invitados a vivir agradecidos, a reconocer lo que Dios nos da. La ingratitud no es una actitud cristiana. Ese leproso del Evangelio que regresa, demuestra que ha entendido bien el mensaje de Jesús: el milagro físico debe hacer producir un corazón lleno de agradecimiento. Debemos decir todos los días “gracias Señor”, por todas las cosas que nos da. Reconocer que Jesús es nuestro Señor es la actitud más sensata, como lo reconoce Pablo. Pregunta: ¿Qué cosas agradecemos a Dios nosotros?, ¿Nos sentimos privilegiados por Dios y volvemos a dar gracias habitualmente?
- El cristiano no discrimina: La lepra, como ya explicamos, más que una enfermedad física, era sentida por quienes la padecían como discriminación social; hoy, que nuestra sociedad tiene tantas lepras, nos lleva a reflexionar sobre la intolerancia en la que vivimos frente a quienes piensan distinto a nosotros. El cristiano está llamado a integrar, más que a desintegrar, a unir más que a desunir, a juntar más que a dividir. La intolerancia tampoco es querido por Dios en nuestra vida. Nosotros debemos luchar, a todos los niveles, para lograr vivir como verdaderos hermanos y discípulos del Señor.
- La obediencia de la fe: Hoy, cuando buscamos cosas en las que creer en este mundo inmediatista, la fe nuevamente nos llama a confiar y creer. Ni Naamán ni los 10 leprosos sabían si serían sanados, pero sin embargo, obedecen a esa palabra. Que gran ejemplo hoy para nosotros.

Demos gracias entonces al Señor, pidámosle poder obedecer sus palabras y vivir agradeciendo su vida, su ejemplo de integración de todos los que se le acercaban. Amén.

[1] Cf. Lev. 13,1-45.
[2] La noción que tienen los antiguos hebreos de la lepra abarca diversas afecciones cutáneas. Leproso en Israel era cualquier persona que tuviera la piel con tumor, erupciones, manchas, úlcera con hinchazones, quemaduras o llagas que se pusieran de un color blanco. Esto lo hacía inmediatamente impuro. El diagnóstico y las precauciones, además de la certificación de que la persona era leprosa, la hacía el sacerdote.
[3] La lepra era considerado un mal, que había sido causado por un demonio, y por esto debía hacerse todo un rito de expiación que incluía sacrificio de animales, aspersión sobre el “curado” con la sangre de uno de los animales sacrificados, y limpieza física y de los vestidos antes de volver a la comunidad.

viernes, octubre 05, 2007

Fidelidad en la adversidad

27º domingo del tiempo ordinario
Lecturas
Hab. 1, 2-3; 2, 2-4
Sal. 94
2 Tim. 1, 6-8. 13-14
Lc. 17, 3 b.10

¿Qué pasa con el ser humano cuando pierde las esperanzas?; ¿qué ocurre cuando se siente abatido y cansado?; ¿Dónde queda la fe, la fidelidad a las cosas esperadas?. De eso, y otros variados temas nos hablan hoy las lecturas: la fe, el perdón, el servicio, el diálogo con Dios, la esperanza, etc. Miremos un poco las lecturas para sacar algo en conclusión más adelante.
En la primera lectura, se nos habla en un lenguaje de queja con respecto a alguna profecía que el profeta y el pueblo esperaban de parte de Dios: “¿Hasta cuando Señor veré la iniquidad y la opresión?”; la queja amarga del profeta encuentra respuesta en el diálogo con Dios que le pide al pueblo tener sobre todo fidelidad y alma recta para no sucumbir en la espera. Esa es la gran enseñanza de este profeta y de su prédica en medio de la desolación. Para quien espera, la esperanza será recompensada: “El que no tiene el alma recta, sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad”.
La segunda lectura, Pablo sigue alentando a Timoteo, un joven Obispo de alguna de las comunidades fundadas por Pablo, a que reavive el don de Dios recibido por la imposición de manos; Dios ha derramado sobre él un Espíritu de fortaleza, amor y sobriedad, y no de temor: por esto mismo, no debe avergonzarse de dar testimonio del Señor Jesús ante los hombres. Pablo lo alienta en la esperanza en el Señor para transmitir firme el mensaje de salvación a todos: que somos salvados gratuitamente por Dios y no por nuestras obras; que estamos llamados a la santidad; que hay un designio divino de salvación manifestada por medio de Jesucristo. Pura tradición paulina y evangélica.
En el Evangelio de Lucas hoy nos topamos con una variedad de temas: Por un lado está la corrección fraterna (17, 3 b-4), el servicio fraterno (17, 7-10), quedando en medio el tema de la fe (17, 5-6). Parece ser que la intención es mostrar la vida del discípulo desde la autenticidad en actitudes muy concretas de amor fraterno y servicio, que son alentadas y sostenidas por la fe. Las tres cosas son esenciales en la vida de los discípulos del Señor.
Parece que las lecturas nos ponen en el horizonte del mirar esperanzados y fortalecidos nuestra historia desde la fe, a pesar de la adversidad: cuando estamos alimentados por la fe, nuestra historia se transforma y fortalece. Veamos algunas enseñanzas:
- La fe y la esperanza cuando la historia es adversa: Para nosotros, la fe y la esperanza son alimento en el camino; no todos la comprenden y aceptan, y prefieren otros caminos, en los que se sienten a menudo muy sobrepasados por las cosas cotidianas... aparecen así el desaliento y desánimo, y de paso, la desconfianza en el poder del Señor. Esta es una de las tentaciones más comunes de nuestra época: desconfiar frente al Señor cuando no entendemos con claridad lo que ocurre a nuestro alrededor; esa parece ser la situación que vivió Habacuc en Judá, que según su propia descripción, sufre saqueo, violencia, contiendas y discordias. Su fe se ve probada. Hoy, cuando nos enfrentamos a una sociedad con tanta violencia, desigualdad, incertidumbre, discordia... ¿Qué tienen en común la época de Habacuc y la nuestra? Que contamos con la misma herramienta para enfrentarlos. La fe y la Esperanza en Dios, nos pueden hacer mirar nuestra historia hoy, con fortaleza; desde ella, Dios hoy nos responde que vale la pena esperar, confiar, fortalecernos... Hoy, en nuestro mundo, lo más importante es saber que no estamos solos, aún contra las apariencias de la evidencia del mundo que Dios nos deja construir. Dios está tan presente con nosotros, como lo estuvo en la respuesta llena de esperanza y fe que le dio a Habacuc.
- Desde la fe podemos perdonar y servir mejor: El Evangelio ilumina nuestras conciencias con gran exactitud: el perdón y el servicio, solo tienen sentido desde la fe. ¿Cuántas veces debo perdonar? Siempre. ¿Cómo debe actuar el cristiano? Sirviendo. Esa es la misión del discípulo, y que ambas se entroncan y entienden desde la fe. Estas cosas tienen sentido cuando el discípulo ha descubierto la fe en su vida, y la importancia de iluminarla a ejemplo de las palabras del Señor. Lo que importa no es la cantidad de la fe (Señor: Auméntanos la fe), sino la calidad de la misma, reflejada en actitudes concretas. “Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”. Esa es la clave del Evangelio.

Entendamos entonces, el mensaje de la Palabra del Señor este fin de semana: Nuestra historia, nuestra vida está en las manos del Señor. El Señor nos da herramientas seguras y eficaces para construir firmemente nuestra vida junto a la suya: la fe y la esperanza, que dan sentido a nuestra historia. Amén.

sábado, septiembre 29, 2007

Solemnidad externa de Nuestra Señora del Carmen, Madre y Reina de Chile

Nota: En Chile el último fin de semana de Septiembre, se dedica al día de la oración por Chile, y se consagra a la Virgen del Carmen... si eres del extranjero, la homilía no coincidirá con lo que escuches en las Misas en tu país...
Lecturas
Jdt. 13, 18 – 20 a; 15, 8 – 10
Cánt. De Judit
1 Tim. 2, 1 – 8
Jn. 19, 25 – 27

El último domingo del mes de Septiembre, Mes de la Patria, la Iglesia en Chile lo dedica en particular a orar por este país, por nuestros gobernantes, por cada uno de los ciudadanos que habitamos esta patria. Y todo esto, bajo el amparo de Nuestra Señora del Carmen, Reina y Madre de Chile. La idea, es incrementar la fraternidad entre todos los compatriotas, y así tratar de construir un país más justo y solidario, en donde el país sea el espacio para todos.
Las lecturas, nos hablan de dos temas claros: la presencia de una mujer (Judit), que socorre a su pueblo del poder opresor del enemigo, mujer en la que vemos la figura de María Santísima, parada al pie de la cruz, viendo morir a su Hijo Jesús, y recibiendo a otro (Juan) como su hijo a quien custodiar y ayudar; y el segundo tema nos hace un claro llamado a orar por los gobernantes y gobernados de nuestra patria, para el bienestar y la paz de todos.
Orar por Chile, eso es lo que se nos propone este fin de semana en las lecturas. Fijémonos en lo que hemos construido en este último tiempo como nación, en los avances, en las cosas que aún reclaman más preocupación de parte de todos, en cada una de las cosas que hemos hecho nosotros por el país. No es fácil reconocernos, habitualmente no hacemos el ejercicio de mirar quienes somos. La pregunta para este fin de semana se tiñe con esta Solemnidad de la Virgen del Carmen, como nuestra madre, pensando en que debemos ponernos bajo su amparo y protección, poniendo nosotros también los elementos necesarios para hacer de Chile un país más grande.
¿Qué es lo que queremos para Chile? Ese puede ser un punto de comienzo en esta reflexión al finalizar el mes de la patria; los sueños de país, que hoy existen, necesitan tomar cuerpo… nos acercamos aceleradamente al Bicentenario de la patria, 200 años de historia como nación, que necesitan despertar y hacerse realidad.
Los Obispos en Chile, en vistas a este Bicentenario, cuando sacaron un documento hace 3 años atrás, nos hablaban de rescatar el alma de Chile, de ser constructores de la sociedad, de rescatar los valores que orienten a todos: el valor de la verdad, el derecho a la libertad, el respeto a la conciencia, la familia…
Que interesante mirar a Chile con ojos esperanzadores, a pesar de los signos de desesperanza que pesan sobre cada uno. Creo que esto último, es producto del pecado que se manifiesta en el actuar personal, y se refleja en el camino de todos: es lo que la Iglesia llama el pecado social…
El padre Alberto Hurtado, cuando se preguntaba si Chile era un país católico, apuntaba a la idea de que cada católico debe ser un incansable pregonero del bien, de anunciar y encarnar el evangelio de Cristo, de llevarlo a los que lo necesitan, de mirar con sus ojos.
Cuando vemos que en Chile avanzamos en tantas cosas, tecnológicas, económicas, reformas de salud, educación y recursos, como Chile solidario, un techo para Chile y otras instituciones de beneficencia y ONGs, no podemos dejar de cuestionarnos esa pregunta del padre Hurtado, que asalta nuestra conciencia con una respuesta que no se nota: desigualdad social preocupante, apremio en nuestros puestos de trabajo pensando en que me pueden echar de él, sueldos indignos de los jubilados y pensionados, despersonalización de las relaciones humanas, desintegración de nuestras familias, grados insospechados de violencia e inseguridad.
¿Qué es lo que queremos para Chile?... ¿indiferencia por el sufrimiento ajeno, desigualdad social, familias desechas por intereses personales?... ¿Es eso lo que queremos para Chile? La respuesta a esta última pregunta va a depender de las prioridades de nuestra vida. Para algunos, hacer grande a Chile significa tener un mayor poder económico, vivir diluidos en un mundo globalizado, en el que paradójicamente no me entero, o no me quiero enterar de lo que le ocurre a mi vecino, llevar la mayor cantidad de dinero a mi hogar, para que a los niños “no les falte nada”; para otros hacer grande a Chile va a significar abrir los ojos, trabajar para ayudar a otros, poniendo sus talentos y tiempo a disposición de los demás, aprendiendo a escuchar y compartir. Este último Chile, que se conlleva mejor con el evangelio, es al que queremos apuntar.
Si Judit, en la primera lectura, no hubiese sido capaz de confiar en el poder de Dios para vencer a su enemigo, jamás hubiese podido ayudar a su pueblo. Esa confianza necesitamos para hacer grandes cosas. El magistrado Ozías así lo declara: “Nunca olvidarán los hombres la confianza que has demostrado y siempre recordarán el poder de Dios...” Creo que en Chile nos faltan hombres y mujeres valientes, capaces de caminar tranquilos y confiados en el poder de Dios, poniendo sus talentos y fuerzas al servicio del bien común. El cristiano, el católico, es un ser con vocación de servicio. No busquemos a esas personas al lado nuestro, porque nosotros somos los primeros responsables de esta tarea.
La oración por los gobernantes y habitantes de un país, es algo agradable a Dios, nos dice Pablo, porque ello ayuda a que se construya la paz y el bienestar para todos, aprendiendo a llevar una vida piadosa y digna de acuerdo al querer de Dios. Nosotros, la primera tarea que debemos hacer, es orar por ellos, para que actúen con “recta intención, sin arrebatos ni discusiones” nos decía la lectura. El trabajo de los gobernantes es preocuparse por el bienestar de todos, el deber de los que son gobernados, es conocer a quienes les hemos dado nuestra confianza a través del voto, y orar por ellos.
Al finalizar esta reflexión, no nos olvidemos de la presencia de la Virgen, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, a quienes los Padres de nuestra patria, la pusieron como patrona y protectora. Pidamos a ella que interceda ante Dios para que Dios nos ilumine el corazón y las acciones, para que mueva nuestras conciencias y nos haga reaccionar, aprendiendo a hacer de Chile el país que Dios quiere. a ella como Madre de Chile, Generala de las Fuerzas Armadas, todos los hombres y mujeres de este país, nos encomendamos. Amén.

sábado, septiembre 22, 2007

La astucia de los Hijos de la Luz

25º domingo del tiempo ordinario
23.09.07

Lecturas
Am. 8, 4-7
Sal. 112
1 Tim. 2, 1-8
Lc. 16, 1-13

Avanzados ya en el tiempo ordinario, este domingo que vivimos, las lecturas nos llevan a pensar en el tema de la administración de los bienes que se nos encomiendan, sobre el abuso de quienes emplean a otros; y creo que esta premisa, la de ser un buen administrador, es la mejor empresa que podemos emprender junto al Señor para administrar los bienes que Dios pone en nuestras manos.
En la primera lectura, leemos al profeta Amós, que era un hombre muy preocupado por la conducta social de sus contemporáneos, especialmente de las desigualdades sociales que se vivían entre quienes tenían mucho, y quienes casi no tenían nada. En la época de los patriarcas y los jueces, se había llegado a una equilibrada idea de sociedad justa y solidaria, pero con el correr de los siglos, todas estas leyes habían caído en olvido, y por eso en la lectura de hoy, leemos una crítica muy fuerte respecto al traspaso de esas leyes de un modo arbitrario y mezquino. Pero el Señor, a través del profeta, les hace entender que Él es justo, y no dejará pasar esas injusticia contra los más débiles; el Señor hará justicia a los pobres pisoteados: fíjense que la lectura habla de hombres que esperan a que pasen las fiestas religiosas (en donde no se trabajaba), para poder seguir ganando más dinero y bienes del que ya tenían…¿suena conocido eso hoy? Realmente el texto hoy para Chile, es profético, cuando la Iglesia ha puesto en discusión el tema de un sueldo que sea de acuerdo a las ganancias de los empleadores.
En la segunda lectura de Pablo a Timoteo, le hace ver la necesidad de orar por quienes dirigen al pueblo, de rezar por quienes tienen en sus manos los destinos de los hombres: los gobernantes. Les recomienda que “los hombres oren constantemente, levantando las manos al cielo con recta intención, sin arrebatos ni discusiones”. En los gobernantes están los destinos de los pueblos, por lo mismo, orar por ellos, es ayudar a que Dios reine en la tierra, para que decidan según el corazón del Señor. Dios quiere que todos los hombres se salven, y que disfruten de “paz y tranquilidad, llevando una vida piadosa y digna”.
En el Evangelio de Lucas, continuamos hablando el tema del dinero y la administración, siendo creativos, responsables y fieles con lo encomendado. Hay dos puntos claros de comparación: los hijos de este mundo, que son sagaces, gestionan las cosas de este mundo (dinero), y por lo mismo, son esclavos del mismo, a quien transforman en su Señor; y los hijos de la luz, que conocen al Mesías, gestionan las cosas del Reino (Dios), a quien sirven fielmente. Es por esto, que al final del texto de hoy está esta máxima evangélica: “No se puede servir a Dios y al dinero”.
¿Qué deducimos de estas lecturas?
- La justicia de Dios es la garantía de los pobres: En la lectura de Amós leemos los atropellos de los que eran parte los poderosos comerciantes del Israel de aquella época. ¿Qué ocurre hoy entre nosotros al respecto? Hoy, vemos que en nuestro país también tenemos grandes diferencias y atropellos a la dignidad de los que menos tienen. El tema de la justicia social, no es ajeno a Dios ni a la Biblia, su Palabra. Es por ellos que nosotros, como hijos de Dios tenemos el deber de velar porque la justicia a nivel social, no sea solo una utopía entre los hombres, sino una realidad enmarcada en lo que Dios quiere para sus hijos. El tema de los sueldos, más concretamente, debe ser un tema de dignidad humana, que en nuestro caso es alimentado por la caridad divina que nos da para que nosotros administremos.
- Orar por todos: La oración, ya lo sabemos, es la riqueza de un corazón que no se cierra a nadie. Orar por quienes gobiernan, orar por los que tienen poder, orar por todos, por la prosperidad de todos los hombres, es un deber cristiano que no debe ser jamás dejado. Orar por quienes nos gobiernan, es orar por nosotros mismos.
- La astucia de los Hijos de la Luz: La expresión “Hijos de la Luz” en este evangelio se refiere a los primeros discípulos de Jesús que se han decidido a seguirlo, y por lo mismo, han sido “iluminados” por Jesús y su Evangelio. A ella se opone en el Evangelio la expresión “hijos del mundo”, en referencia a aquellos cuya vida gira en torno a las preocupaciones del mundo (poder, dinero, etc.) A estos últimos Jesús los alaba, no porque su proceder sea bueno, sino por la astucia que tienen para moverse entre las cosas del mundo, y por eso la parábola; sin embargo, el Señor llama a sus discípulos a ser tan sagaces como los hijos del mundo, a ser tan astutos como ellos, para actuar y moverse en el mundo como ellos, pero con una diferencia radical: Esa astucia no es para ganar para sí mismo, sino para los demás. Esa es la clave.

Iluminados por esta Palabra, pidamos a Dios la voluntad necesaria para hacer de nuestra vida un reflejo de la Voluntad Divina. Amén.

sábado, septiembre 15, 2007

Dios de las Misericordias

24º domingo del tiempo ordinario
16. 09. 07

Lecturas
Ex. 32, 7-11. 13-14
Sal. 50
1 Tim. 1, 12-17
Lc. 15, 1-32

El domingo pasado aprendíamos que la sabiduría y la prudencia son necesarios en nuestro itinerario de camino como discípulos; ahora, nosotros en este itinerario que nos van proponiendo las lecturas dominicales, aprendemos a caminar con el Señor, que quiere nuestro bien y nuestra felicidad. Para este fin de semana, nos presentarán una vivencia muy común entre nosotros, que es darle la espalda al Señor, muchas veces sin darnos cuenta. Por esto las lecturas nos hablarán de idolatría, arrepentimiento y vuelta hacia la casa del padre. El Señor nos llama a cada uno a mirar nuestro camino e identificarse con estas lecturas. Cada cual debe reconocer en este itinerario, su propia vivencia, que no siempre es de lo más fácil. Todas las lecturas, están traspasadas por un dejo de misericordia muy potente de parte de Dios, que en definitiva define nuestro camino como discípulos. Miremos las lecturas.
En la primera lectura, Dios critica al pueblo, que se ha olvidado de lo que Él ha hecho por ellos, y lo han reemplazado por un becerro de oro. Moisés intercede por ellos, y Dios les perdona la infidelidad; pero lo que destaca en la lectura, es el hecho de que el pueblo olvida tan fácilmente su historia con Dios, dejando de adorarle por reemplazarlo por un ídolo. Algo de eso también nos pasa a nosotros cuando dejamos que otras cosas ocupen el lugar de Dios en nuestra vida.
En la segunda lectura, Pablo nos insiste en que él ha alcanzado la misericordia de Dios por pura gracia, y que por lo mismo, proclama con toda seguridad que Jesucristo es el Salvador, en quien encuentran misericordia los pecadores.
En el Evangelio, nos encontramos con el capítulo 15 de Lucas, en donde se nos habla de la búsqueda, la alegría, la misericordia y de la vuelta a Dios. Este capítulo contiene a través de tres parábolas muchos elementos que nos hablan de un camino de conversión, y por lo mismo este capítulo 15 de Lucas es presentado muchas veces destacando estos elementos. Acá escuchamos hoy la parábola de la oveja perdida, la de una mujer que pierde una moneda, y la del llamado Hijo pródigo, o del Padre Misericordioso. El final de las tres parábolas destaca la alegría por encontrar aquello “extraviado” (la oveja, la moneda, el hijo), y subraya de ese modo la enseñanza de Jesús frente a los fariseos que le criticaban su cercanía por estar al lado de los pecadores y publicanos de la época.
Bien, ¿qué podemos decir para cada uno de nosotros?
- La idolatría nos aleja de Dios; la misericordia nos acerca a Dios: La idolatría de la que es objeto el pueblo, situación que nos describe la primera lectura; Israel se había olvidado, casi recién hecha la alianza, de su Señor, y no duda en reemplazarlo por un ídolo. Un ídolo es la imagen de algo falso, que lo exaltamos, dándole un lugar destacado, que nos llega a confundir con respecto al lugar que le corresponde. Nosotros, varias veces transformamos en ídolo en nuestra vida a personas, cosas o situaciones, que nos hacen olvidar el lugar que le corresponde a Dios. Pablo, lo entiende así, y por lo mismo proclama firmemente una sentencia segura: Jesús es el Salvador. El hijo pródigo del Evangelio, también equivoca su vida, transformando en ídolo su libertinaje, su dinero y demás excesos. Pero la misericordia de Dios, va más allá, y el perdón no se hace esperar frente al clamor de Moisés en la primera lectura, que intercede por Israel, y Dios les perdona; o en el Evangelio, donde el padre de la parábola del hijo pródigo, no duda en esperar todas las tardes la vuelta de ese hijo que se ha ido de su casa. Así nos trata Dios a cada uno cuando nos alejamos de su entorno.
- La alegría de Dios por encontrarnos: En el Evangelio, Jesús muestra esta actitud frente a tantas críticas de los fariseos que no se conforman con ver a Jesús rodeado de pecadores. La alegría es la enseñanza central de las tres parábolas: el hombre que encuentra la oveja perdida: “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido...”; la mujer que se alegra de encontrar la moneda: “Alégrense conmigo, porque encontré la dragma que se me había perdido...”; y la alegría del padre cuando su hijo vuelve: “Es justo que haya fiesta y alegría, porque este hermano tuyo estaba muerto...”. Así se alegra Dios cada vez que nos atrevemos a salir de nosotros para abrirle su corazón, y hay fiesta en el cielo por ello.
- El olvido de Dios: Uno de los puntos altos de las lecturas de este fin de semana, van de la mano de este tema. El espíritu de los israelitas en el desierto que se olvidan de lo que Dios ha hecho con ellos, Pablo que reconoce que su vida estuvo mucho tiempo alejada de Dios, la actitud de la oveja que se va y se pierde, del hijo que abandona la casa del Padre, son sin duda, signos del olvido de Dios que las lecturas nos dejan como rastro para que reaccionemos positivamente frente a esta realidad que también nos toca de cerca muchas veces, cuando creemos que podemos vivir sin el Señor, o cuando sin darnos cuenta, sin hacerlo conscientemente, nos alejamos de su Voluntad, de su Presencia, de su casa… ¿Qué hacemos por volver?, que hacemos por reencontrarnos con Dios nuevamente?

Podríamos agregar muchos elementos más a las lecturas de este fin de semana, pero dejemos espacio a la oración de cada uno también. Amén.

sábado, septiembre 08, 2007

Discípulos entregados

23º domingo del tiempo ordinario
09.09.07

Lecturas
Sab. 9, 13-18
Sal. 89
Flm. 9 b- 10.12-17
Lc. 14, 25-33

En todo el camino del discipulado del Señor, no son pocos los que han dejado de seguirle por los motivos más diversos. Como católicos, creo que tenemos un alto nivel de deserción en comparación con otras creencias y religiones. A veces creo que no tuvieron la gracia de escuchar una palabra acogedora dentro de la Iglesia, otras, que ellos también se cerraron a esa gracia, otras, que siempre fueron parte del montón y jamás se custionaron su forma de vivir el cristianismo en el mundo, y lo religioso lo asocian más a algo mágico y supersticioso que a lo vivencial y cotidiano de la vida. Hoy, nosotros sabemos que el ser discípulo del Señor implica mucho más que rezar una hora a la semana; es una forma de vida, es como enfrentamos esa invitación que el Señor nos hace, es el atreverse a mirar al Señor de frente y decirle si de corazón.
En las lecturas de este fin de semana, nos llevan a plantearnos nuevamente estas propuestas de vida. Hoy, en la lectura del Evangelio, el Señor, que continúa su camino hacia su Pascua en Jerusalén, hace un alto, mira a toda esa multitud que le sigue, y les raya la cancha de un modo radical. Talvez, veía ya que mucho no le seguían con ánimo de jugársela por entero, y solo esperaban otro de sus magníficos milagros; pero Jesús quiere llevarlos un paso más allá. Si la semana pasada les hablaba sobre el discipulado (dejar orgullo y cultivar la humildad), hoy, en un texto inmediato al del domingo pasado, les habla sobre la radicalidad de ese discipulado.
En la primera lectura, el libro de la Sabiduría nos dice que es la sabiduría de Dios quien ayuda al hombre a discernir lo que corresponde para alcanzar esa vida de Dios, es la sabiduría la que lleva al hombre a la salvación. Es Dios quien nos ha dado esa sabiduría. El hombre necesita hacer ese camino de sabiduría para conocer el plan de Dios. En resumen nos dice que solo quien tiene la sabiduría venida de la gracia del Espíritu puede conocer y vivir en la voluntad de Dios: dichoso el hombre que alcanza ese nivel de discernimiento, porque se salvará.
En la segunda lectura, Pablo, anciano ya, le da recomendaciones a su hijo y amigo en la fe, Filemón, que reciba a Onésimo, a quien le pide tratar como un hermano; recordemos que en esa época, la esclavitud era habitual, y Onésimo lo era, sin embargo Pablo, saltando esos protocolos, le trata y llama hermano. Es un bonito paso, en el siglo primero, de mirar a la luz del Evangelio de Jesús más allá de las barreras sociales. Se trata de mirar como hermanos a quienes están al lado.
En el Evangelio, Jesús nos habla de una familia, que va más allá de la carnal; se trata de la familia de Dios, para la cual el primer paso es ser discípulo. La invitación del Evangelio es a formar parte de esta familia, no sin antes atreverse a cargar con la cruz que ello significa: Para eso, el hombre ha de ser prudente, calculando si está dispuesto a correr ese riesgo. Otras de las cosas que plantea es en relación al discipulado: ni las relaciones familiares, ni las posesiones materiales deben apartar del Señor. Renunciar es el verbo implícito que nos muestra la lectura.
Estas claves nos pueden ayudar para entender mejor este mensaje, y aclararnos en qué punto de nuestro seguimiento estamos hoy.
- Sabiduría y prudencia de parte nuestra: Hoy, estamos enfrentados a muchas cosas que no sabemos resolver como corresponde. Nos gustaría tener claridad frente a situaciones cotidianas, que pueden parecer tan sencillas, pero que en realidad exigen el mejor de los esfuerzos de nuestra parte: ¿cómo educar a mis hijos?, ¿qué le digo a esta persona que necesita una ayuda?, ¿qué decido frente a ese problema familiar?... no son pocos los cuestionamientos que enfrentamos. La primera lectura nos aporta alguna luz. Nos dice que el hombre no alcanza a ver todas las realidades, solo Dios lo hace; por esto es necesario pedir siempre la sabiduría a Dios para no desesperar frente a las preocupaciones diarias... y prudencia, como nos pide el Evangelio: no podemos hacer, decir o actuar sin antes saber bien en qué terreno nos movemos; hay que “calcular” si puedo terminar la torre que me propuse edificar, hay que “considerar” si estoy convenientemente “armado” para “enfrentar” a quien viene contra mi. La sabiduría para entender el plan de Dios, y la prudencia, son herramientas eficaces en este camino del Señor. El hombre sin ellas, poco podrá entender y hacer correctamente.
- Discipulado radical y sincero: El discípulo del Señor debe saber que su seguimiento no está sujeto a tincadas o corazonadas locas. No, es mucho más fuerte y radical. Implica un nuevo orden de relación con los demás, a los que se les pasa a tratar como parte de mi familia; se entra a formar parte de una nueva familia, la de Dios. Y este discipulado no se entiende sin desprendimiento; es el sello característico, es la forma más firme de ser discípulo. La sinceridad que supone dejar familia carnal para pasar a formar parte de una nueva familia espiritual, y el desprendimiento de lo mío, mis cosas para pasar a formar parte de una comunidad, supone sinceridad en mis acciones, incluyendo el llevar mi cruz junto a otros hermanos. Supone hacer un ejercicio de cálculo, de oración, de búsqueda y fortalecimiento para saber si estoy dispuesto a hacer ese tránsito de hombre que ve pasar al Señor y ese otro hombre que se atreve a caminar con el Señor como discípulo suyo.
- Aprender a renunciar a aquello que me ata: Esta es una clave muy importante, que enmarca el Evangelio, y que debe caracterizar mi caminar. Y no es fácil, pero la renuncia se da en el contexto de discipulado, o sea, en un camino que significa cargar una cruz, llevar en mi mente y corazón el querer del Señor, su Palabra, su gracia. Solo así la renuncia y la entrega tendrán un sentido redentor y nos entrará en provecho para nuestra misma salvación.


Debemos sopesar prudentemente nuestra vida, y de hacer los cálculos necesarios para tomar el ritmo de camino que Dios nos propone. A veces en nuestro caminar se nos olvida que no vamos solos; otras veces se nos hace casi rutinario seguir a Jesús. Y Dios no quiere que nosotros seamos solo espectadores, quiere que seamos discípulos, como lo aprendíamos la semana pasada, discípulos que corren su misma suerte. Amén.
Pidamos al Señor que nos enseñe a entender este camino, que nos ilumine la inteligencia de la fe, y que sobre todo, nos transforme en auténticos discípulos suyos. Amén.

sábado, septiembre 01, 2007

Humildes para entrar al Banquete del Reino

Perdon por la interrupción la semana pasada... estaba enfermo, pero acá les dejo mi reflexión para este fin de semana...
22º domingo del tiempo ordinario
02.09.07

lecturas
Eclo. 3, 17-18. 20. 28-29
Sal. 67
Heb. 12, 18-19. 22-24
Lc. 14, 1.7-14

En las lecturas de estos últimos domingos, el Señor nos ha mostrado lecciones relacionadas con la grandeza del discípulo, donde se encuentra esa grandeza, y cómo debe ser trabajada. Hoy, las lecturas continúan reforzando esas ideas, ayudándonos a entender el sentido profundo de la humildad, como clave para alcanzar el Banquete del Reino.
En la primera lectura del Eclesiástico, encontramos un buen resumen de lo dicho anteriormente: Allí se contrapone la humildad y el orgullo, diciéndonos que la humildad es la grandeza de los que glorifican al Señor. El hacerse grande a los ojos del Señor solo será posible haciéndose humilde y pequeño.
La carta a los Hebreos nos recuerda que nosotros nos hemos acercado al Señor. Esa cercanía al Señor, nos permite acercarnos a su perfección, para no caer en la tentación de no querer escuchar al Señor. Para el cristiano, la redención del Señor es lo que provoca la cercanía hacia la salvación.
El Evangelio nos introduce en estas ideas, hablándonos a través de parábolas en boca de Jesús en relación por un lado con los invitados a un banquete, y por otro a quien invita al banquete. Con respecto a los invitados es necesario saber que no hay que sentarse en el primer lugar, para no ser humillado si hay alguien más importante que uno, y ser sacado de allí para ser puesto en el último lugar. Donde nos sentamos en un banquete, eso lo decide quien invita, no el invitado. La grandeza de este hombre estará en saber ocupar el lugar menos privilegiado, para que sea el Señor quien ensalce, y no el hombre: “porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”. Ahí está la clave. Y con respecto a quien invita al banquete, la grandeza no está en invitar a quienes te pueden devolver ese favor (amigos, hermanos, parientes y vecinos ricos), sino a quienes no pueden hacerlo (pobres, lisiados, paralíticos y ciegos). Ahí está la felicidad, en tratar de ser un perfecto reflejo de la realidad del Reino.
Ya sabemos que la humildad es la actitud a trabajar entonces, según las lecturas de esta semana, profundicemos en esta enseñanza.
- Humildad como actitud para vencer el orgullo: En el mundo, uno de los pecados más graves que nos separan de los demás, es el orgullo. El orgullo, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, está relacionada con la arrogancia, la vanidad y el exceso de estimación propia. Cuando somos autosuficientes, nadie más nos importa, y por lo mismo, corremos el riesgo de sobreestimar nuestro yo de modo negativo y falseado: nos comparamos a los demás, y nos creemos superiores, poderosos. En la primera lectura, el Eclesiástico nos invita a mirar nuestra realidad y nos dice “cuanto más grande seas, más humilde debes ser”. La grandeza del hombre, es fruto de un esfuerzo que el mundo no entiende, porque no hablamos de criterios del mundo, sino de los del Reino del Señor. La humildad consiste en saber que nuestra grandeza es ante los ojos de Dios, la humildad implica saber que el mérito es de Dios, que me ha concedido la grandeza de reconocerle como Señor; la humildad aparece cimentada por el esfuerzo de crecer todos los días un poco más, la humildad es reconocerse criatura, sabiendo desde esa realidad relacionarnos con Dios y los demás. Por lo mismo, no hay que ensalzarse innecesariamente ante los demás, sino ante los ojos del Señor, no vaya a ser cosa que nuestro orgullo no nos deje ver que hay gente más importante que nosotros, y que seamos humillados ante los demás. Recordemos que nosotros vemos las apariencias, solo Dios lo ve todo. El orgullo nos engaña, y nos hace querer ocupar el lugar de Dios, quitándole el mérito a Dios de las cosas, creyendo que no necesitamos de Él, que no es necesario contar con Él.
- Los humildes heredarán el Reino: La enseñanza no aparece así expresada en la lectura evangélica, pero eso es en el fondo a lo que apunta; quien quiera entrar al banquete a ocupar los primeros lugares, que se haga pequeño, que sea humilde: de ese modo llamará la atención del Señor del Banquete que le llamará asentarse en los primeros lugares. Es el Señor el que invita, y decide en dónde estamos ubicados en el banquete
- Cuidado con la falsa humildad: No pocas personas en la Iglesia hoy se escudan en una falsa humildad, diciendo que no son capaces para realizar tal o cual actividad, o que no pueden realizar tal cosa, que no “son dignos”, o que no “se lo merecen”. En estas cosas hay que tener cuidado. A veces nos podemos escudar en una humildad fingida, que más que humildad suena a excusa para no querer comprometerse con el Señor: muchos dicen.... “ no, yo soy tan pecador”... y yo me pregunto...¿y qué haces por salir de tu pecado? ¿qué es lo que te impide ser mejor? Muchas veces es la flojera, y no la humildad. Está bien que nos reconozcamos pecadores, pero que esa no sea la excusa para ser mejores. La actitud de un discípulo del Reino – que es el fondo de estos textos – es reconocer con humildad mi realidad para mejorarla, y no quedarse estáticos y cómodos. El Evangelio solo hace efecto en nosotros cuando nos cuestiona y nos llama a movernos; sino, es en vano escucharlo si no le saco provecho.
- Moverse por los criterios del Reino, y no los del mundo: Somos dados a vivir socialmente del intercambio de favores, así funcionamos en este mundo. Sin embargo, el Evangelio hoy nos enseña que eso no sirve para ser feliz. La felicidad está en emular el criterio de Dios, que se fija en el más desposeído para invitarlo al banquete.

Queda claro este fin de semana, que el humilde es el que es verdaderamente feliz. Pongamos el mejor de los esfuerzos entonces, para aprender a ser humildes, y no pasar la vida con falsos orgullos que no nos alcanzan la felicidad. Amén.

sábado, agosto 18, 2007

Profetas hoy

20º Domingo del tiempo ordinario
19.08.07

Lecturas
Jer. 38, 3 – 6. 8 – 10
Sal. 39
Heb. 12, 1 – 4
Lc. 12, 49 – 53

Este fin de semana la palabra de Dios quiere llevarnos al rol de ser profetas, con muchas consecuencias insospechadas por la respuesta de quienes escuchan el mensaje, que ciertamente el lenguaje se les puede hacer muy duro. Así es la Palabra del Señor, que puede dividir a quienes la escuchan, por lo fuerte y penetrante que es. Y pretende sobre todo hacernos reaccionar como debiera ser, sin disfrazar nuestras respuestas al Señor, sino más bien, asumiendo que necesitamos cambiar de corazón.
La primera lectura, tomada del profeta Jeremías, nos habla hoy sobre un mensaje enigmático y difícil de digerir por las consecuencias y riesgos que implica cumplirlas al pie de la letra: resulta que Jerusalén está sitiada por los Babilonios, quienes están esperando a que la ciudad caiga… el profeta predica que lo mejor, es entregarse en las manos de los invasores, porque Dios actuará, y humanamente no hay nada que se pueda hacer para evitar la catástrofe; el texto dice que en la ciudad no había agua ni pan... Estas palabras le cuestan la libertad al profeta, y es encerrado y acusado de traidor y desmoralizador de las tropas; se le acusa de no buscar el bien sino la desgracia de la ciudad. Efectivamente, la historia nos cuenta que Jerusalén cayó en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia (586 a. C.), y la ciudad no fue incendiada, sino que sobrevivió al invasor, que más tarde sería expulsado por los Asirios. Difícil escena, cargada de dramatismo por la premura del tema.
La carta a los Hebreos, es una abierta invitación a dejar el pecado, y correr tras Cristo Jesús, para alcanzar la salvación. Es una apremiante exhortación a ser constantes, a perseverar en el combate de la fe y a no dejar que el desaliento gane terreno. El autor, utilizando la clásica imagen de una carrera, invita a despojarse de aquello que estorba para correr (en este caso, el pecado), e incluso a sacar ventajas del sufrimiento como herramienta para alcanzar la salvación que Dios nos ofrece. Contradictorias palabras también.
Si las dos lecturas anteriores nos parecieron descabelladas en las propuestas, el Evangelio de Lucas rebasa todos los límites de la cordura por sus fuertes palabras; siguiendo los discursos de las semanas anteriores (la verdadera riqueza y la necesidad de ser fieles a la búsqueda del Reino de Dios), hoy el discurso se centra nuevamente en el Reino, como la prioridad en el caminar del discípulo. Utilizando la imagen del fuego, Jesús nos habla del bautismo, que debe transformar toda la vida del hombre y mujer de fe: Ya no hay relación que se oponga al plan de Dios en cuanto a lo que debe hacer, y por ello, si es necesario dejar atrás temas como la riqueza material (18º), aprender a ser fieles en lo encomendado (19º), con mayor razón nuestras relaciones deben ser purificadas, como por el mismo fuego para actuar de acuerdo al querer de Dios.
Los exegetas creen que este texto quiere decirnos exactamente lo que leemos, o sea, que la persona de Jesús puede traer incluso división entre la misma familia porque no todos estén dispuestos a aceptar la Palabra del Señor, y la prioridad es el Reino, su llegada, su venida; y para ello, solo los que acepten plenamente su persona, podrán comprender profundamente el mensaje de salvación.

Aprendizaje de la Palabra:
- La aparente paz, ¿es signo de bienestar y tranquilidad?: Es la primera pregunta que hoy quiero plantear… en la primera lectura, la ceguera de unos funcionarios que no quieren escuchar al profeta Jeremías y su mensaje de caída de la ciudad, inminente de acuerdo a los hechos (sin alimento ni agua), hacen que se mantenga una tensa espera y calma de… ¡nada!...; el hecho de evitar los conflictos por la persona de Jesús en las familias, y mejor no hablar de Él entre los míos, solo para no tener conflicto… ¿a dónde nos lleva? Convertirnos en profetas hoy, no es nada sencillo, ser Jeremías y anunciar lo inminente, llevar división por la persona de Jesús y su Palabra es algo que preferimos evitar, y quedar bien con muchos antes de tener roces y problemas por nuestras creencias… ¿Jesús ha venido a traer paz a la tierra?... si, pero no la del silencio pasivo y cómplice que no se quema, sino la del cristiano activo y comprometido con el Reino. La paz que Jesús trae no tiene nada que ver con la ausencia de conflicto que proviene de mantener inalterables situaciones que necesitan ser iluminadas y cambiadas a la luz de su Gracia y su Palabra.
- Profetas desde el Bautismo: Que poco desarrollado tenemos esta capacidad como cristianos… somos profetas… ¡Y ni se nos nota! Fíjense que en el texto de Lucas se nos habla de un bautismo, y aparece al lado de términos como “fuego” y “división”… ¿De qué nos habla? De un bautismo de Muerte y Resurrección: ¡Ese es el Bautismo del Señor que quiere invitarnos a atravesar en nuestras vidas para quedar purificados como si pasáramos por el fuego!, que se nos note de verdad; para ello, la perseverancia y constancia propuestas en la segunda lectura, provocarán el cambio verdadero y convertido al Señor.
- Conflictos por el Señor: Volvamos sobre la idea del conflicto, pero en el sentido que hemos venido hablando… y lo aclaro, para que no se mal interprete, respecto de “obligar” a otros a cumplir la Palabra de Dios; el texto más bien se acerca al tema de ser consecuentes con ella, y si eso acarrea conflicto con los más cercanos, que sea para la Gloria de Dios. En ningún caso el texto habla de extremisar nuestra postura frente a lo religioso y fanatizarnos con el tema, porque ello no es de Dios.

Este fin de semana las lecturas nos debieran remecer desde lo más profundo del alma, para reaccionar y perfeccionar nuestro seguimiento del Señor y la construcción de su Reino de Justicia y Paz. Pidamos a Dios las gracias necesarias para salir de nuestro letargo y aparente paz. Amén.

sábado, agosto 11, 2007

Administrador fiel en el servicio

Lecturas
Sab. 18, 5-9
Sal. 32
Heb. 11, 1-2.8-19
Lc. 12, 32-48

Domingo 19 del año litúrgico, del tiempo ordinario, o común, en donde el Señor nos hace profundizar las enseñanzas recibidas la semana pasada. El domingo anterior leíamos y profundizábamos en la necesidad de enriquecernos a los ojos de Dios. Hoy, esa enseñanza aparece mezclada con la espera paciente, vigilante y confiada de la llegada del Señor. Esos dos mundos de los que hablábamos la semana pasada, los del hombre viejo y el nuevo, nos sirve para enmarcar las enseñanzas de este fin de semana.
En la primera lectura nos topamos con parte de la historia de Israel, en donde bajo la mirada del sabio, se narra las grandezas del Señor, que protege al pueblo de Israel, de los egipcios. Esta es la salvación que había esperado el pueblo, desde las promesas hechas a Abraham.
En la segunda lectura nos habla de estas promesas a Abraham, y sobre todo de la fe con que esperó. La fe aparece acá como la garantía de lo que ha esperado: por fe salió de su tierra, por fe vivió como extranjero, por fe Sara esperó al hijo de la promesa; por fe Abraham ofreció a Isaac. La fe es el cumplimiento de la promesa, que ellos no contemplaron con sus ojos, pero que guardaron en su corazón pacientemente. La fe es la riqueza que encontraron estos hombres y mujeres para construir su vida e historia junto a Dios.
En el Evangelio, continuamos leyendo a Lucas, que en continuidad de la lectura de la semana pasada, nos dice allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón. Por un lado se nos habla de la riqueza, del desprendimiento de las mismas, y por otro lado se nos habla de estar preparados, listos para la llegada del Señor, como los hombres que esperan despiertos la llegada de su señor. La atención a esta llegada le lleva al servidor estar preparado hasta en la madrugada. El premio será grande; lo nombrará administrador de todos sus bienes, lo mismo que el castigo si no ha hecho lo que debe. La pregunta de Pedro sobre si la parábola es para todos, habla de que la enseñanza va dirigida a que todos estén preparados. Termina con una máxima: Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más.
Veamos lo que podemos sacar en claro este fin de semana:
- Dios nos llama a sostener la fe: El ejemplo más claro este fin de semana es la descripción de la fe que hace la carta a los Hebreos con respecto a Abraham; su fe le lleva atener a Dios presente frente a cada uno de los acontecimientos que le toca vivir. Por fe entendemos la espera llena de esperanza de aquellas cosas que vivimos ya, aunque no plenamente; en la fe el hombre descansa, aprende a ser paciente, a no desesperar. Nosotros por fe sabemos que Dios nos salva, nos ofrece compartir su vida divina entregada ya en la vivencia de los sacramentos. Desde que Cristo vino por primera vez, esperamos su segunda venida gloriosa esta vez, para saciar nuestra hambre y sed de vida. Para este ejercicio de esperanza, los sacramentos son la mejor herramienta con la que trabajar y crecer.
- Estar atentos y preparados al momento de la llegada del Señor...: En la parábola, Jesús les narra la necesidad de estar atentos a la venida del Señor, porque el servidor no sabe en qué momento eso ocurrirá. Esta espera se hace a la luz de los acontecimientos; el servidor sabe que su Señor llega en cualquier momento, su venida es inminente, y por eso no baja la guardia. La confianza de su señor es garantía de que es digno de estar donde está, cuidando los bienes de su señor; por este motivo, la responsabilidad del hombre, que sabe como es su señor, le lleva a poner cuidado y atención a estar velando.
- Y ser servidores fieles en esa espera inminente: La fidelidad a la misión encomendada es otro rasgo característico de esa espera. ¿De qué modo el servidor espera? Sirviendo a los demás. Esta enseñanza está dada sobre todo a quienes tienen responsabilidades frente a los demás en la comunidad. ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Quienes se han comprometido más estrechamente en la misión de extender el Reino entre los hombres, tienen más cuentas que rendir. Y no hablo solo de los consagrados y consagradas, sino de los catequistas, de los responsables de grupos, de todos los que han tomado conciencia de que acercarse al Señor exige actitudes de servicio claras. Al que mucho se le dio, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más. No podemos entonces perder el tiempo mientras este Señor llega.
- ¿Dónde está el corazón y el tesoro?: Pregunta inminente que todos debemos responder. Creo que hoy más que nunca, se hace necesario preguntarnos por las cosas que habitan en nuestro corazón respecto de los bienes temporales. Según el esquema del Evangelio, el acento se marca sobre el servir, sobre el preguntarnos si estoy dispuesto a servir a otros con los bienes propios… ¿El corazón está preparado para eso?, ¿Qué tesoros tiene mi corazón?

Ok, el Señor nos hace una bonita invitación este fin de semana, insisto, en concordancia con las enseñanzas de la semana pasada de dejar atrás actitudes del hombre viejo, y ser nuevas criaturas, aprendiendo a crecer pacientemente en actitudes de servicio, alimentando la fe con toda la comunidad en la vivencia de los sacramentos, esperando fielmente al Señor, poniéndose al servicio de los demás. Hay que estar atentos en el servicio, alumbrados con la lámpara de la fe, que nos conduce al Señor.
Pidamos entonces este fin de semana, poder interiorizar estas enseñanzas, aprender a vivir nuestra fe, llenos de esperanza, siendo administradores prudentes y fieles de los dones y servicios que el Señor nos ha confiado. Amén.

sábado, agosto 04, 2007

Vanidad y lo esencial...

18º Domingo del tiempo ordinario
05.08.07

Lecturas
Ecle. 1, 2; 2, 21-23
Sal. 89
Col. 3, 1-5.9-11
Lc. 12, 13-21

En este domingo 18 del tiempo ordinario, las lecturas nos harán mirar nuestra vida poniendo un claro límite entre lo que somos, tenemos, cómo vivimos y lo que estamos haciendo con los talentos que Dios nos entregó. Ya la semana pasada reflexionábamos sobre el hecho de que a veces las cosas no resultan, ni salen como las queremos, porque no son de Dios. Hoy, escuchamos que nos hablan sobre la vanidad y la avaricia: dos actitudes que cuesta desarraigar de nuestras vidas. Cuando nosotros ponemos nuestra existencia a camina en paralelo con lo que Dios quiere para cada uno, corremos el riesgo de desviar, y de dar nuestra vida a cosas que no nos conducen a la felicidad. En las lecturas de hoy, aparece contrapuesto estos aspectos.

Vamos por parte: en la primera lectura, el libro del Eclesiastés, nos habla, no sin algo de exageración, lo que es la vida. Vanidad, es el término que domina todo el texto, y que podemos traducir por vacío, sin sentido, inconsistente con respecto a las cosas que describe. Nada de lo que el hombre haga, le será de provecho: todo el afán, el esfuerzo, todo será un sin sentido, dejado a otros. No será nada para quien trabajó tanto. El sin sentido, surge de un pesimismo que le lleva a preguntarse al sabio ¿qué es lo que le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente bajo el sol? Todo es un sin sentido; todo es vanidad.

En la segunda lectura, continuamos leyendo la carta de Pablo a los Colosenses, y acá leemos hoy que el Apóstol, nos incentiva a buscar los bienes del cielo, poner los pensamientos en las cosas celestiales. Para eso necesitamos hacer morir el hombre viejo, y dejar que Cristo llegue al corazón de la vida; la idolatría, según este texto, lleva al hombre a los vicios que acá se describen; la tarea del cristiano es ver la forma de dejar atrás estos vicios para ser nuevas criaturas, o sea, hombres nuevos.

En el Evangelio, vemos a Jesús hablando con un hombre que le pide al Señor que haga de árbitro entre él y su hermano, para repartirse la herencia que el padre les ha dejado. Jesús se niega; lo de Jesús no es ser árbitro entre dos hombres, sino iluminar sobre lo que es verdaderamente importante entre ambos. Y es por esto, que le habla de la insensatez de un hombre que – en la parábola que les cuenta – aparece acumulando tesoros sin saber qué ocurrirá con él mas adelante. La enseñanza es clara: HAY QUE ENRIQUECERSE A LOS OJOS DE DIOS, NO A LOS DE LOS HOMBRES. Esa es la riqueza a la que aspira el discípulo. Esa es la enseñanza que profundizaremos en la próxima semana.

Veamos qué podemos aprender este domingo con las lecturas:
- El engaño de la vanidad: Si bien es cierto, el texto de Eclesiastés tiene un tono muy exagerado, no deja de dejarnos la enseñanza de que el hombre debe centrar su vida en las cosas verdaderas, y no en vanas fantasías que no le conducen a la vida verdadera. Acá tenemos mucha tela que cortar. El mundo del Chile del 2007, no deja de ser preocupante la cantidad de actitudes, palabras, acciones que en realidad, no nos dejan nada para nosotros. Hoy día asistimos en la televisión a un espectáculo digno de circo romano, en que no importa quien sea la víctima de turno; la idea es clara: pan y cebolla para el pueblo; un sector de la prensa tampoco se queda atrás en este circo. La lucha descarnada por ganar al otro a costa de desacreditamientos, tampoco debe dejarnos indiferentes: la interactividad informativa nos ha llevado a la escena de la destrucción pública de la imagen de quien se cruce por el frente. Después, nadie es responsable. Los medios de comunicación se defienden diciendo que es lo que vende, es lo que la gente pide... y algo de razón tiene. Y eso, ¿a qué nos conduce? Les aseguro que a nada bueno. El hombre ha sido creado para cosas mucho más trascendentes que averiguar la vida privada de algunos; ya lo aprendimos en los domingos pasados. Nosotros debemos dar pruebas de amor sólidas, que nos lleven a trascender, que nos enseñen actitudes verdaderas de vida. La vanidad puede llevarnos a perder el norte de nuestra existencia, centrándonos en cosas que nada tienen de beneficioso para nuestra vida. Debemos revisar nuestra vida y actitudes a la luz del Señor, de su Evangelio, no a la luz de las otras personas. Debemos cuidarnos de la vanidad, que nos puede llevar a crear fantasías en torno a personajes públicos, pero que poco aportan a nuestra existencia. Dios quiere que nos centremos en lo verdaderamente necesario: vivir para los demás, no pendiente de lo que hacen los demás. Ponernos al servicio del otro, esa es una actitud clara que combate nuestra vanidad, que no nos deja salir de nosotros.
- Despojarse del hombre viejo, de sus obras, y revestirse del Hombre Nuevo: En el lenguaje paulino, dejar atrás al hombre viejo, implica dejar atrás actitudes que nos han separado del Señor (lujuria, impureza, pasión desordenada, malos deseos, avaricia), para ser reemplazados por actitudes más espirituales. Hay que renovarse – dice Pablo – según la imagen del Creador. La lucha nuestra debe reflejar actitudes mucho más solidarias, mucho más comprometidas, mucho más acabadas en el Espíritu. Todas las lecturas de este fin de semana, encierran en el fondo esta idea: hacer que viva en mí el hombre nuevo, salvado por Cristo, dejando atrás al hombre viejo, caído por el pecado.
- La avaricia como centro de un pecado mayor en nuestra vida: El mensaje del Evangelio, es claro: hay que acumular tesoros en el cielo, porque acá las cosas son solamente medios, no fin en sí mismas. Por eso, el discípulo debe preocuparse en crecer en actitudes de apertura hacia las necesidades de los otros; si bien es cierto, es necesario tener las cosas mínimas para vivir, el resto es avaricia, si no soy capaz de compartir con los demás lo mucho, o lo poco que Dios me permite tener. No se trata de darlo todo a los demás, sino solo de estar consciente de que las cosas materiales que poseemos no nos enriquecen a los ojos de Dios, aunque para el mundo sea signo de status, no lo es para Dios. La avaricia puede llevarnos a otros pecados, como la mezquindad, el orgullo, la despreocupación de mis hermanos, el ocio, la vanidad... Debemos entonces poner atención a las frases del Evangelio: “Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida del hombre no está asegurada por sus riquezas”. No olvidarse que estamos en el Mes de la Solidaridad.
- Hay que preocuparse por el mañana: Las lecturas, al hablarnos de nuestras actitudes hoy con respecto a lo que la vanidad y la codicia pueden llevarnos, nos adentra en un tema mucho más amplio, que es el mirar nuestro futuro: debemos trabajar por construir un futuro mas esperanzador, mas lleno de solidaridad, no tan centrado en nosotros y en lo que podemos tener o codiciar. Nos abre a la escatología, a la vida futura junto a Dios. Para eso debemos acumular riquezas a los ojos del Señor.
- ¿Para quién estamos acumulando y sembrando hoy?: Esta pregunta la dejo tirada, sobre todo por lo absorvente que se ha transformado los trabajos que hoy realizamos. Hemos descuidado cosas trascendentales, como la familia. Hoy, en muchas casas las relaciones fraternales han desaparecido; muchos padres se quejan de que no tienen tiempo para sus hijos; muchos hijos se quejan de que sus padres solo tienen tiempo para el trabajo, relegándoles a segundo o tercer plano… ¿Qué estoy acumulando?, ¿Para quién estoy sembrando? Es verdad, que muchos son empleados de otros, pero en algunos casos, se trabaja de modo independiente… ¿no podremos parar un poco para darle tiempo a lo que realmente importa?, ¿no podré compartir mi tiempo con mi familia, mis hijos? Cuidado, que gran parte de nuestros problemas familiares hoy radican en este punto.

Muy bien. Que esta semana podamos corregir actitudes que vayan por esta línea en nuestra vida, que seamos capaces de esforzarnos por ser mejores, que dejemos que nazca el hombre nuevo, y desaparezca en hombre viejo de nuestra existencia. Amén.

viernes, julio 27, 2007

Orar para interceder y salir de nosotros

17º Domingo del tiempo ordinario

Lecturas
Gn. 18, 20-21. 23-32
Sal. 137
Col. 2, 12-14
Lc. 11, 1-13

Este fin de semana las lecturas quieren llevarnos al diálogo con el otro, al encuentro con el Señor en la oración. La oración es uno de los modos más antiguos y clásicos dentro de la espiritualidad cristiana y de otras grandes religiones, y que básicamente está orientada al bienestar de quien la practica. Sin embargo, la oración cristiana tiene un claro sello: la apertura al otro; seguramente hemos oído hablar de otros tipos de oraciones, orientadas al bienestar propio, pero que se concentran en uno mismo, en replegarse sobre si, concentrándose en sí mismo, para alcanzar el bienestar y el equilibrio. La oración cristiana va por otra línea: la apertura y preocupación por los demás, creando de ese modo una cadena de comunión en torno a nuestras necesidades.
En este domingo el Señor nos invita a fortalecer la fe de un modo muy especial y efectivo a través de la oración. A veces, cuando estamos aproblemados y desorientados, se nos oscurece el panorama, y no sabemos para donde ir, la oración aparece como un recurso más que poderoso para descansar en el Señor. Nosotros, no podemos cargar solos con el peso de tantas cosas que nos abruman, y el Señor está consciente de esto, lo sabe, y es por eso que nos enseña a orar, en comunidad, tal como escuchamos que los discípulos le preguntaban a Jesús en el Evangelio. Cada vez que nosotros nos acercamos al Señor a través de la oración, el Señor está listo para oírnos, como le ocurrió a Abraham en la lectura del Génesis. Veamos cual es la enseñanza que nos regala el Señor este fin de semana.
El libro del Génesis nos narra una experiencia muy particular; Abraham aparece “regateando” a Dios un perdón para las ciudades de Sodoma y Gomorra, y lo consigue. Lo que más llama la atención del texto, es que Dios asume cada una de las peticiones de Abraham, con mucha misericordia: es impresionante saber que Dios tiene una misericordia que es ilimitada: la oración de intercesión que Abraham realiza es más que efectiva. Este texto nos muestra que la perseverancia en la oración, alcanza aquellas cosas que necesitamos.
San Pablo extiende esta idea de la misericordia de la que hablábamos en la primera lectura; nos dice que Dios nos ha dado en Cristo la oportunidad para ser libres. Hemos sido sepultados, resucitados, revividos con Cristo, perdonados nuestras faltas: esa es la forma como Dios nos ha amado misericordiosamente. Al estar incorporados en la vida de Cristo, debemos aprender a estar en comunión con Él a través de la oración.
Y el Evangelio, nos enseña la necesidad de orar, el poder del diálogo con Dios, que puede llevar al discípulo a conocer la voluntad del Padre a través de este diálogo. Según el Evangelio, la oración es la forma de alcanzar respuestas a las necesidades que se me presentan, pero así como deseamos alcanzar un bien, también debemos entregar algo: así es el diálogo. Para el discípulo lo central a pedir es el deseo de que el Reino venga pronto, el cual inaugurará un mundo nuevo y distinto; para esto, necesita el sustento del pan, el ofrecimiento del perdón y la fuerza para no caer en la tentación. El texto remata con la petición incansable del gran don: el Espíritu Santo, que ayudará en este caminar. El texto de Lucas, refleja el perfil de un discípulo que no descansa en su inquietud de construir un mundo invadido por Dios y su Espíritu.
¿Qué nos enseñan las lecturas de este fin de semana respecto a la oración?

- La oración siempre busca cubrir una necesidad del hombre; por esto hay distintos tipos: de intercesión, de comunión, de gracia y deseo: En las lecturas de esta semana, aprendemos a ver en la oración un camino cierto para cubrir las necesidades del discípulo. Abraham intercede por dos ciudades ante Dios; en el Evangelio, los discípulos le solicitan al Señor poder hacer una oración que les mantenga en comunión entre ellos y con Dios. Jesús les enseña de ese modo el Padre Nuestro, como la oración que cubre todos los deseos y gracias necesarias para construir el Reino de Dios. Nosotros, tenemos posibilidad de aprender de esta doble dimensión de la oración; por un lado al pedir por los demás (intercesión), vamos aprendiendo a estar pendientes de las necesidades de los demás, y por otro lado, vamos formando comunidad (comunión) con Dios y los demás hermanos.



- La oración es un don que hay que cultivar con perseverancia: Cada discípulo debe saber que al hacer oración se corre el riesgo de que nuestra oración pareciera no dar fruto inmediato: No hay que desesperar. La necesidad de ser perseverante en la oración, sin decaer en ella, es lo que pretende enseñarnos la segunda parte del Evangelio; allí, la historia del amigo que llega a media noche a solicitar el auxilio del vecino es el mejor ejemplo. La enseñanza de este trozo del Evangelio está en cómo debemos hacer esta oración de petición: Pedir, buscar y tocar: porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. De ese modo el discípulo hace de su oración una constante, que no se quedará sin respuesta.



- La oración se hace con humilde confianza: Nuestra oración cristiana no tendría sentido si no confiáramos que podemos alcanzar lo que pedimos. La osada confianza de Abraham lleva a arrancar de Dios la misericordia por las ciudades condenadas; la insistencia del amigo, que confía en que la amistad con su vecino será garante para cubrir su necesidad le lleva a ir a “molestarle” en plena noche; la oración aparece en estos textos como la llave para mirar con confianza lo que viene para adelante... “¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!”. Así de confiada es la oración del discípulo.



- La oración nos alcanza el don más preciado, el Espíritu Santo: Dios Padre tiene tanta misericordia de sus hijos, que al recibir la oración perseverante de éstos, no deja de enviar al Espíritu Santo a quienes se los pidan. El don del Espíritu Santo nos sirve para orar más en conciencia la oración del Padre Nuestro; por un lado nos ayuda a pedir que el Reino de Dios venga a nosotros, y nos enseña a ser solidarios en las necesidades por las que oramos para todos ( pan diario, perdón de las ofensas, fuerza en la tentación), y por otro lado, nos enseña que cada uno de nosotros, debe estar abierto a que la oración lo lleve a una comunión plena con el Señor a través del don del Espíritu Santo, que le hará entender la voluntad de Dios, especialmente cuando las cosas no marchan como uno quisiera.

Con estas enseñanzas el Señor pretende que nosotros tengamos actitudes de apertura a los demás. Y es verdad. Cuando oramos, salimos de nosotros, para abrirnos a los demás. Cada uno de los discípulos del Señor, tenemos necesidades, y el Señor nos enseña que esa oración, si es hecha con perseverancia, alcanza cosas insospechadas a los ojos humanos. La oración de intercesión, nos une más plenamente al Señor Jesús y entre nosotros mismos, por lo que va creando una cadena poderosa para poder cubrir nuestras necesidades.
Pidamos entonces este fin de semana poder hacer una oración de corazón, no solo por mis necesidades, sino sobre todo por la de los demás; pidamos el don del Espíritu Santo siempre que hagamos oración, para que el diálogo con Dios sea fructífero, sincero, humilde, verdadero. Que el Señor nos enseñe a orar. Amén.

sábado, julio 21, 2007

A los pies del Señor

Lecturas
Gen. 18, 1 – 10 a.
Sal. 14
Col. 1, 24 – 28
Lc. 10, 38 – 42

¿Quién de nosotros sabe escoger la mejor parte en el momento adecuado? Esa es la pregunta de deberíamos preguntarnos al finalizar la reflexión de estas lecturas. Y es que no pocas veces equivocamos en el caminar, porque no sabemos optar por lo esencial cuando vamos sacando las conclusiones. Incluso, el sufrimiento nos puede llevar a esa sabiduría que buscamos. Hoy, las lecturas nos mostrarán temas que van precisamente de la mano de la búsqueda por lo que soñamos: acertar en nuestra vida.
La primera lectura, tomada del libro del Génesis, nos muestra un pasaje de la vida de Abraham, que acoge a tres extraños que pasan por donde vive. El patriarca se muestra hospitalario con ellos, de acuerdo a lo que manda la ley del pueblo del que será padre, y los extraños viajeros (en quienes los padres de la Iglesia han visto una figura de la Santísima Trinidad), le bendicen con un hijo, que junto a Sara, su mujer, ya no esperaban. Dios siempre sorprende en las circunstancias de la vida, y nosotros sabemos que ese hijo será el heredero de la promesa de descendencia que el Señor ya había hecho antes a Abraham.
Pablo en su carta a los Colosenses, nos habla sobre aprender a completar a través del sufrimiento lo que aún le falta a la Iglesia de Cristo: Esta afirmación, de ningún modo quiere decir que la redención del Señor ha quedado inconclusa, sino más bien quiere enseñarnos que a través de nuestro sufrimiento terreno podemos aportar a la santificación de todos los que formamos esta Iglesia. Nuestra redención y santificación, unida a la gracia que el Señor derrama sobre todos, tiene un sentido redentor, y es esa sabiduría la que Pablo quiere enseñarnos.
El Evangelio de Lucas, siguiendo al de la semana pasada, nos muestra hoy una nueva forma de ser discípulo, superando al modelo judío: la semana pasada veíamos que en la parábola del Samaritano se nos enseñaba que el prójimo es quien menos creemos, y que el amor supera y complementa la Palabra de Dios.
Hoy, en esta visita de Jesús a la casa de Marta y María, nos habla sobre escoger la mejor parte. En el esquema del Evangelio de Lucas, Marta representa el modo judío de ser discípulo: acogiendo del mejor modo posible al forastero que llega al hogar, eso mandaba la ley judía. No era mejor ni peor que su hermana, sino una buena judía; pero su hermana parece no importarle este mandato, y privilegia estar a los pies de Jesús escuchando su Palabra: así, según Lucas, se muestra como la nueva discípula, que escucha primero antes de actuar. El texto no pone en pugna a ambas hermanas como muchas veces hemos mal interpretado este texto, sino que quiere poner de relieve que la escucha de la Palabra del Señor es el comienzo de la vida del creyente.

Aprendizaje de la Palabra:

- El Señor nos llama a sentarnos a sus pies a escuchar sus enseñanzas: Esta es una de las actitudes más básicas del cristiano, y que hoy por hoy, nos cuesta recoger como enseñanza. El Señor está ahí, esperando a que nosotros, sus discípulos tomemos la actitud de María, que nos ayude a mejorar nuestra relación con Él. Este es un ejercicio que todos los discípulos del Señor debemos realizar de manera constante. Al venir a Misa todos los domingos, hemos optado por tomar la actitud de María, y no quedarnos como Marta ocupados en cosas que son necesarias y útiles, pero que nos privan de estar a los pies del Señor. La oración personal, también nos ayuda en este ejercicio de profundización
- La acogida necesaria al Señor: en los pueblos del medio oriente, la acogida era uno de los rasgos característicos; así lo vemos en el libro del Génesis, donde Abraham acoge a tres hombres de modo excepcional, sin saber que a través de ellos Dios le estaba enviando una noticia increíble. Así actúa Dios, a través de mensajeros que nos recuerdan nuestra relación con Dios. Algunos exegetas y padres de la Iglesia, han visto en esta narración del Génesis una teofanía, una acción de Dios, en la que Abraham sin saberlo, ha hospedado al mismo Dios. De las acogidas de las mujeres de Evangelio, no se trata de que una sea mala y la otra buena: ambas son necesarias, pero una más provechosa que la otra.
- No dejar que las preocupaciones me quiten la paz del corazón para estar con Jesús: Nosotros podemos caer en la tentación de creer que la inmediatez de las cosas es lo importante, y dejamos pasar momentos preciosos junto al Señor. ¿Cómo salir hoy de la inmediatez de las cosas para entrar en la contemplación más profunda?; ¿Somos hoy capaz de detenernos y pensar mejor las cosas a la luz del Señor? Les decía al comenzar la Misa que las lecturas hoy querían llevarnos a hacer el ejercicio de aprender a discernir las cosas necesarias de las urgentes: Las preocupaciones que nos absorben a diario, no deben ser obstáculo para lo único necesario: oír la Palabra de Dios.

Vamos a pedir al Señor Jesús durante estos días tener esta gracia, de acoger y escuchar su paso, su Palabra por nuestras vidas antes de tomar decisiones que nos pueden traer consecuencias poco esperadas. Nos quedamos en las manos del Señor. Amén.

viernes, julio 13, 2007

Amar en toda circunstancia

Lecturas
Deut. 30, 9-14
Sal. 68
Col. 1, 15-20
Lc. 10, 25-37

Nos encontramos en pleno tiempo ordinario, y Dios nos habla a través de su Palabra que nos muestra hoy el cuestionamiento sobre alcanzar la perfección… Hoy, las lecturas nos llevan al tema del cumplimiento de los dos primeros mandatos del Señor: Amar a Dios con todo el corazón, y al prójimo, como a uno mismo. Las claves de lectura nos llevan hasta lo más profundo de nuestra existencia, a reconocer al Señor y a quienes tenemos al lado nuestro. Ser criatura del Señor, nos debe llevar a reconocer para qué fuimos creados: para amar. Ahí está la verdadera vocación del hombre; ahí está el desarrollo de nuestra naturaleza; ahí está la respuesta más profunda a todos nuestros cuestionamientos.
En la primera lectura, tomada del libro del Deuteronomio, leemos como Moisés le recuerda al pueblo que el Señor bendice con muchos bienes a quienes le aman. En la concepción judía, la bendición era signo de estar con Dios; por ese mismo motivo, quienes estaban mal en la vida, era porque habían realizado algo mal, o peor aún, no estaban cumpliendo el mandato principal del Señor: Amarle por sobre todo, y por lo mismo, no contaban con la bendición de Dios. Concepciones religiosas, que hasta hoy algunos creen. La lectura nos arroja sin embargo, mucha claridad respecto de lo que Dios nos pide: Escuchar la voz del Señor, observar sus mandamientos… estas dos cosas son una sola, o sea, vivir de acuerdo al querer divino. La lectura nos dice que esto no es inalcanzable, sino que está en cerca de uno, en el corazón y en la boca, para practicarla.
En la carta a los Colosenses, Pablo nos presenta un bello himno a Cristo, en donde Jesús aparece como el primogénito y Señor de todas las cosas creadas: Todo ha sido creado por Él y para Él; todo subsiste por Él; Él es la cabeza de la Iglesia; Él es el reconciliador de Dios y el hombre; es el Señor de todo. Este hermoso himno a Cristo Señor de la creación y la Redención, debe llevarnos a reflexionar con respecto al seguimiento que hacemos del Señor, y el rol que ocupa en nuestra vida: es el centro de todo… de allí la necesidad de tenerlo en el lugar que le corresponde.
En el Evangelio, Lucas nos lleva a una de las enseñanzas más poderosas del Señor: amar a los demás, por encima de cualquier diferencia que haya. La historia del samaritano, es de esas historias que al maestro de la ley, debió sonarle como un trueno en sus oídos: ¡ayudar a un enemigo, como si fuera mi hermano! Algo impensado en sus esquemas religiosos y sociales; y más aún si se trata de que mi enemigo está ayudando a un hermano mío, a quien dos personas antes no habían socorrido. La historia de este hombre samaritano, que tenían diferencias religiosas y sociales importantes con los judíos, sorprende al maestro de la ley, quien ni siquiera se atreve a mencionar su nombre cuando Jesús le pregunta con respecto al hombre que fue prójimo del hombre asaltado (“el que tuvo compasión de él”, responde el maestro de la ley). El mensaje es claro: amar a los demás, pasa por sobre las diferencias humanas.
En esta parábola, el prójimo ya no es solo quien pertenece al pueblo de Dios, sino todo hombre que se aproxima a quienes necesitan amor, aunque sea un extranjero, o un enemigo como ocurre en este texto. Lo irónico del texto es que quienes pasan por alto el mandato de amar, son el sacerdote y el levita, que son quienes instruyen al pueblo de Dios; lo que demuestra que una cosa es conocer el mandato, y otra distinta es vivirlo. Su conocimiento no fue suficiente para responder a una necesidad concreta que se les presentaba. Talvez no estaban abiertos del todo a la misericordia, que es fundamental para amar.
Bien. Ya hemos analizado lo que dice la Palabra, veamos ahora su aplicación práctica. Nosotros hemos crecido escuchando que debemos amar al Señor y al prójimo con todo el corazón, y como nos amamos a nosotros; sin embargo, a veces nos enredamos en cosas aledañas. No podemos vivir creyendo que debemos estar solo para vivir para nosotros. No. Debemos pensar en los otros, en nuestros vecinos. Amar nos hace bien, porque nos hace salir de nuestras preocupaciones, de nuestro egoísmo, de nuestros esquemas. ¿Qué cosa nos pide en concreto las lecturas este fin de semana?
- Dios bendice la fidelidad de sus hijos: En la primera lectura, escuchábamos que Moisés les habla al pueblo, de la bendición del Señor por quienes han sido fieles en su Alianza. El cumplimiento del mandato de amar a Dios con todas las fuerzas, ayuda a que el discípulo no de aleje de Dios, y es eso lo que da la fortaleza para caminar, y trae consigo bendiciones y gracias, pero sobre todo, estabilidad en la relación con el Señor. No evita los problemas, pero ayuda a dar fortaleza para enfrentarlos.
- Cristo, primogénito de la Creación y de la Redención de mi vida: Este es un hermoso himno litúrgico, que parece que la comunidad primitiva la usaba para ilustrar su seguimiento al Señor; está dividido en dos claras partes: Cristo primogénito de la creación, y primogénito, o cabeza de la Iglesia; o sea, Creador y Señor de todo. Es importante hacer nuestro el espíritu de este himno, porque cuando Cristo es nuestro centro, nosotros podemos descansar en su realeza, y dejar que Él vaya haciendo el camino con nosotros. Nosotros, los católicos, sabemos que esa creación que Dios nos dio, ha sido asumida por Jesús, junto a nuestra salvación, tienen sentido en el amor que Dios tiene por nosotros, y que nos manifiesta en su Hijo Jesús.
- El amor traspasa cualquier barrera: El texto del samaritano misericordioso, nos da pie para hablar de la vocación para la cual Dios nos creó: no basta solo con amar a Dios, como nos pide la primera lectura, hay que ir más allá, amar al prójimo, incluso a aquellos con quienes podemos tener diferencias. La exigencia es más fuerte entonces, y esta parábola debe llevarnos a pensar en la relación que tengo con aquellas personas con las que tengo algún problema... ¿estoy dispuesto a ayudarlas? ¿sería capaz de vencerme y hacerles un bien? ¿alguna vez he actuado teniendo misericordia con quienes me han hecho algún daño? No deja de ser cuestionadora esta lectura.

Muchas veces, podemos caer en el error en que cae el maestro de la ley, que le consulta al Señor. Podemos conocer de memoria los mandatos, pero el saberlos, no nos justifica. Ser cristiano, discípulo de Jesús debe llevarnos a actitudes de amor. Pidamos este domingo ser capaz de cumplir el mandato del amor, tanto a Dios como al prójimo. Si cumplimos el primero, el segundo saldrá natural de nuestras actitudes.
La pregunta que debemos hacernos este fin de semana es ¿cómo puedo yo ser prójimo de mi hermano? Quien logre responderse esa pregunta fundamental, teniendo actitudes concretas, ya habrá cumplido el mandato del amor. Amén.