30º Domingo del tiempo ordinario
26.10.08
Lecturas
Ex. 22, 20 – 26
Sal 17
1 Tes. 1, 5 – 10
Mt. 22, 34 – 40
Celebrar la vida que Dios nos ofrece, y aprender a caminar bajo su amparo, es el mejor de los regalos, y la más bella bendición que podemos descubrir en nuestra vida.
El libro del Éxodo, que narra la travesía del pueblo de Israel por el desierto al salir de Egipto, hoy nos habla de parte de la sociedad que de seguro era mirada en menos, o discriminada por sus pares. Nos habla de los extranjeros, viudas, huérfanos y pobres; todos ellos protegidos por Dios, pero en la sociedad israelita, y también en la de hoy, despreciados y pisoteados sin compasión. El texto, presenta esta protección a ellos como un mandato a cumplir, y advirtiendo que quienes no los respeten y cuiden, recibirán de Dios el correctivo que se merecen. Dios, que siente compasión por los más débiles, no dejará que se cometa injusticias y que éstas queden impunes ante Él. Estas leyes tan solidarias con el prójimo más desamparado, no siempre han sido respetadas… y hoy sin duda ellos son los que se llevan el peso del poder de algunos. ¿Qué haces tú al respecto?
El evangelio de Mateo, nos cita en boca de Jesús las leyes del Antiguo Testamento: Amar a Dios y al prójimo. Simple y sencillo, pero tremendamente difícil de aplicar. No hay que ser muy crítico para darse cuenta que no estamos en la mejor de las temporadas del cristianismo; que pese a vivir 2000 años después de que estos mandatos volvieran a sonar en la boca de Jesús, aún no los podemos vivir de verdad y a cabalidad. Amar… que mal henos entendido el concepto; lo reducimos, lo ocupamos para ponerlo en adjetivos de cuantas cosas se nos ocurren.
Hoy, necesitamos purificar nuestros conceptos, y mirarlos a la luz de lo que Dios nos quiere enseñar. Amar, no es otra cosa que entregarse al ser amado, poniéndose en su lugar, viviendo como Él, conociéndolo… ¿cómo hago esto con Dios? Y ni hablar del prójimo, que se reduce a mi círculo más cercano. Nos falta mucho para decir de verdad que amamos con todo el corazón a Dios y a nuestro prójimo. ¿Cuál es el principal mandamiento? Respóndetelo claramente, y mira si has sido fiel a Dios.