sábado, mayo 05, 2007

5º Domingo de Pascua

Lecturas
Hech. 14, 21b – 27
Sal. 144
Apoc. 21, 1 – 5 a.
Jn. 13, 33 a. 34 – 35

Ya estamos alcanzando la madurez del tiempo pascual, y por ello las lecturas nos muestran un contenido más profundo y claro respecto del mensaje central de la vivencia de lo que Dios nos quiere comunicar. El quinto domingo pascual nos habla sobre el amor, sobre el mandato tan antiguo, pero siempre nuevo en los labios del Señor.
El libro de los Hechos de los Apóstoles, nos habla de los viajes de Pablo y Bernabé. Ya la semana pasada escuchábamos cómo habían dejado de predicar a los judíos para centrarse en los “paganos”. Bueno, hoy, echamos un ojo a la apretada agenda de estos apóstoles, y nos damos cuenta de que esa propuesta que asomaba la semana pasada, hoy ya está dando frutos de conversión entre los nuevos evangelizados. Seguramente en cada comunidad que nos describe hoy, pasaron ayudando a organizarles: les exhortaban a permanecer fieles a la gracia de Cristo, ordenaban presbíteros (sacerdotes), oraban por ellos. Así nace la Iglesia, hoy, el texto nos hace asomarnos a los inicios de nuestras comunidades, a la necesidad de vivir ordenadamente la fe que han recibido. Nosotros, claro que sabemos estas cosas, pero no siempre las tenemos en el tapete, y por desgracia, no podemos dar testimonio 100% sobre la fidelidad de la que se nos habla, o no siempre oramos unos por otros. En nuestras comunidades necesitamos recuperar el sentido solidario, el espíritu de unión de estas comunidades. ¿Qué tenían ellas que nosotros hoy no tenemos? Creo que básicamente el sentido de pertenencia. Mientras no nos sintamos Iglesia, mientras nos mantengamos al margen del corazón de la comunidad, poco podremos comprender este bello texto.
El libro del Apocalipsis, nos sigue narrando la visión de Juan en que contempla el cielo abierto, y ve a la Nueva Jerusalén que baja embellecida para unirse para siempre al Señor Dios. Ya la semana pasada veíamos cómo muchos habían lavado su túnica en la Sangre del Cordero, los que venían de la gran tribulación. Bueno, hoy, esos miles de millares que describía la lectura la semana pasada, es la Nueva Jerusalén, que se embellece para unirse al que está sentado sobre el Trono. Es éste Señor, sentado sobre el Trono quien habitará en medio de ellos para siempre, quien secará las lágrimas de los ojos, el que vencerá a la muerte, al dolor, la pena. Él hará “nuevas todas las cosas”…
Juan, en el Evangelio nos lleva a un pasaje en que el Señor, antes de partir a su Pasión, nos deja el discurso de despedida, marcado por los conceptos de la unión con el Padre Dios y el Mandamiento Nuevo. “En esto, todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan unos a otros”… “ámense los unos a los otros, así como yo les he amado…” Sin duda la vara queda bien alta, pero el Señor quiere dejar un mandato que es ya sabido, esto estaba escrito en la ley mosaica, y sin embargo, al parecer el amor fraterno no era la relación imperante en esa época. ¿Qué podemos decir hoy nosotros?; ¿Cómo está nuestro amos hacia los demás?

Aprendizaje de la Palabra:
- El amor como base en nuestras relaciones: Lo del mandato del Señor a los suyos antes de partir podemos entenderlo claramente; lo difícil, es que se nos complica vivirlo como el Señor lo sueña. ¿Por qué nos cuesta amar de verdad a los demás? Ninguno de nosotros puede abstraerse de esta pregunta, especialmente porque formamos parte de una comunidad cuyo mandato podemos reducir en esta máxima. Hoy, se nos ha presentado el corazón del Evangelio, y no siempre podemos decir que lo vivimos plenamente. Dios nos ha capacitado para amar, nos ha creado para amar de verdad, sin miramientos… no perdamos ese objetivo en nuestro diario vivir.
- El amor en las relaciones de comunidad: Pablo al narrar las maravillas que el Espíritu Santo obraba a través de su predicación por Asia Menor, sin duda descubrió el corazón del Evangelio que acabamos de escuchar. ¿Qué lo movió a predicar tan ardientemente a quienes ni siquiera conocía? No hay duda que fue el Amor de Dios que le quemaba el corazón. Hoy, necesitamos en nuestras comunidades eclesiales retomar ese ardor, esa fuerza vital para poder anunciar a Cristo Vivo y Resucitado con más ganas que nunca.
- El Señor que hace nuevas todas las cosas: Si, así es. Solo Dios renueva nuestra vida, nuestro mundo, nuestra historia. Eso lo descubrieron millones de personas antes que nosotros, y de nosotros depende que millones más lo descubran después de nosotros… ¿Qué ha hecho el Señor por mi?, ¿Cómo me ha renovado? La visión de Juan deja ver un futuro esplendoroso, lleno de alegría y vida, pero nos falta aún para llegar a esa realidad escatológica. Hoy estamos llamados al testimonio y la vivencia de las cosas con una mirada nueva.

Pidamos al Señor de la Vida que nos renueve de corazón, que recree nuestro mundo, que nos utilice como sus instrumentos. Que el Señor que nos ha mostrado el camino del amor como fin de nuestra vida, nos haga amar más allá de lo que hemos soñado. Amén.

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