sábado, mayo 12, 2007

Homilía

6º Domingo de Pascua
13.05.07

Lecturas
Hch. 15, 1 – 2.22 – 29
Sal. 66
Apoc. 21, 10 – 14.22 – 23
Jn. 14, 23 – 29

Este es uno de los últimos fines de semana de Pascua: ya el próximo fin de semana celebraremos la Ascensión del Señor, y el siguiente, la fiesta de Pentecostés. Hoy las lecturas quieren mostrar la riqueza de los dones del Señor resucitado profundizando en las ideas de la semana pasada, sobre la vivencia del Evangelio y la prolongación de eso en la comunidad cristiana.
La lectura de los Hechos de los Apóstoles, nos muestra el primer Concilio del que guarda memoria nuestra Iglesia. Los Concilios en la Iglesia son convocados para resolver temas relacionados con la fe de la comunidad, para sentar las bases sobre lo que debemos saber y vivir como comunidad de discípulos. En el texto de hoy, vemos como los cristianos de origen judío reclamaban que quienes entraban a la fe, desde el paganismo, debían circuncidarse, al modo del judaísmo. Por ello, los discípulos y presbíteros se reúnen en Jerusalén para resolver el tema. El acta de ese primer Concilio es lo que leemos hoy: ¿conclusión? No poner más cargas más que las indispensables a los recién llegados a la fe, más que se abstengan de participar en las comidas con los paganos e idólatras, de comer carne de animales sin desangrar y de las uniones ilegales… esos eran los temas que les dividían en aquellos esplendorosos comienzos. A esto, claro, sumamos los mandatos evangélicos. En el fondo, lo que quiere mostrarnos el texto, es que no salva un rito (la circuncisión), sino la persona de Jesús quien la ofrece; y para seguirle, es necesaria la pureza y dejar a los ídolos. El texto en este fin de semana nos viene muy bien, porque a nivel de Iglesia en América Latina, se celebra la 5ª Conferencia General de Obispos, una especie de Concilio más local, que mira a trazar los caminos que nuestra Iglesia. Durante estos días nuestros ojos se vuelven a Brasil, en donde en compañía del Papa Benedicto XVI nos unimos en oración para que el Espíritu Santo nos trace el camino en el inicio de este nuevo siglo. La Iglesia tiene esta riqueza: la Tradición, que se encarga de guardar los mandatos emanados, luego de la partida del Señor, el especificar las cosas esenciales de las accidentales para no confundir el andar.
El libro del Apocalipsis, nos sigue mostrando lo adelantado la semana pasada: la Jerusalén celestial, la proyección de nuestra futura realidad, el destino de la comunidad de la Iglesia. Lo decíamos la semana pasada: esta Jerusalén celestial, es imagen nuestra, triunfante, gloriosa, resucitada, plena de felicidad… Es el cumplimiento de todas las promesas del A.T., la vivencia profunda del Evangelio del Señor. Allí ya no será necesario templos ni de ritos: el Señor será la plenitud de la alegría eterna. Hacia allá durante el tiempo de Pascua seguimos mirando, llenos de esperanza en nuestra futura resurrección con el Señor.
El Evangelio de Juan nos habla de varios temas; por un lado, asoman la fidelidad a la Palabra que nos ha entregado; la promesa del Espíritu Santo, que nos ayudará a recordar esas Palabras de vida y además uno de los dones del Resucitado: la paz. Las tres cosas están entrelazadas: solo quien es fiel, puede recibir el don del Espíritu Santo, porque se ha abierto plenamente hacia Dios, ha volcado su existencia a caminar bajo su amparo, y como consecuencia, es portador de la paz que solo Dios puede entregar, que va mucho más allá de la ausencia de conflicto a nuestro alrededor, sino que le engloba totalmente en una vida en la que se tiene la gracia de esa paz para vivir interna y externamente tranquilo y resucitado. En este discurso de despedida del evangelio de San Juan, Jesús no pretende que quedemos a la deriva, sino que la salvación se hace patente en sus palabras; de ahí la necesidad de hacer cada día la voluntad que nos pide, para comprender de mejor modo su Voluntad.

Aprendizaje de la Palabra:
- Solo Dios salva en la fe al discípulo: Hoy, en un mundo lleno de muchas cosas que nos dificultan ver lo esencial, podemos caer en la trampa de perder de vista lo realmente necesario para salvarnos. Solo Jesús nos salva: la Iglesia, es el medio como nos acercamos y vivimos la fe que hemos recibida y conservada en la Tradición, pero el centro siempre es y seguirá siendo Cristo. En las primeras comunidades, como en las de hoy, los conflictos existían, y se solucionaban con oración y diálogo; la fe se ve enriquecida por ese diálogo y desde allí caminamos hacia la unidad tras la persona del Señor. No perdamos de vista el norte, que a veces se nos tapa con las ramas. Ya les decía lo importante que es en estos días para la Iglesia Latinoamericana la V conferencia Episcopal, porque en ella se encuentran distintas visiones de hacer Iglesia en nuestra América, que confluyen en lo esencial: la persona de Jesús. Hoy, a mi, ¿quién me ha salvado?, ¿me uno a la Iglesia en esa búsqueda de salvación?
- El señor de la Paz, la Fidelidad nos salva: Cuando nos enfrentamos a la vida que hemos escogido, solo podemos mirar y sacar las conclusiones respecto de lo sembrado en ella. ¿Qué encontramos?, ¿Qué nos dice nuestro corazón? La Escritura, al menos nos dice que el hombre fiel a la Palabra del Señor, encuentra la vida y la paz, esa paz que el mundo no da… ¿Y el Espíritu Santo? Es quien nos mantiene con la vista alta para no turbarnos al caminar. Hoy, se nos ofrece a la luz del Evangelio la clave de nuestra vida cristiana: Fidelidad y paz, como dones que el Espíritu ofrece a nombre del Señor para los justos de corazón.

Pidamos durante estos días la luz del Espíritu para nuestros Obispos, religiosos y laicos delegados de la V conferencia General de los Obispos de América Latina y el Caribe, y que ese Espíritu nos prepare también a nosotros, como discípulos para acompañar a los demás hermanos en la fe. Amén.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias nuevamente Padre por su homilia y la bella cancion, me siento llena de paz y muy amada por Dios. Y eso me da mucha fuerza... Que Dios lo bendiga. Maria Laura