Lecturas
1 Re. 19, 16 b. 19 – 21
Sal. 15
Gal. 5, 1. 13 – 18
Lc. 9, 51 – 62
Este fin de semana, la liturgia de la Iglesia nos invita a acoger la enseñanza del Señor desde el punto de vista del seguimiento más cerca de su Persona. Es la llamada firme y segura del Señor a seguirlo. Hoy, nosotros, como esos hombres que hemos escuchado en las lecturas, estamos llamados a vivir junto al Señor, siguiéndolo en nuestros quehaceres, en nuestra vida.
En la primera lectura, estamos frente a un claro relato vocacional. Elías, el profeta por excelencia dentro del A. T., está preparando a sus discípulos; por lo mismo, el Señor le indica a quien debe escoger y ungir para la misión de profeta. Lo primero que llama la atención en el texto, es la orden de Dios, de ungir a un profeta. El ungir, es símbolo de una posesión, de una exclusividad: se unge a quienes se les encomienda una misión especial. Los símbolos en esta lectura tampoco se hacen esperar. “Echar el manto”, es una acción simbólica que representa a la persona, su personalidad, indica posesión, tener derechos sobre alguien. No todos pueden tocar el manto de alguien, tomarlo, o tocarlo, porque eso indica que tengo una relación con su persona (recordar que cuando Elías se va, Eliseo le pide su manto, para quedarse con parte de su santidad; o la mujer que quiere tocar el manto de Jesús; o el mismo manto de Jesús que no puede ser rasgado por los soldados en la Cruz...). El manto es parte de la persona, desprenderse de él significa quedar sin identidad (por eso es tan duro esa máxima del evangelio de dar el manto a quien te pide la túnica). Acá sin embargo, el hecho de que Elías le tire encima el manto a Eliseo, significa que le está haciendo partícipe de su persona, de lo que hace él, de su misión: le está llamando a lo mismo. Eliseo va a despedirse de sus padres, se deshace de sus animales, quema el yugo (significado de cortar con todo lo que le ate a su pasado, de cortar con su vida hasta entonces), y sigue al profeta. Los relatos vocacionales en general, tienen este esquema:
Dios da una orden: “A Eliseo lo ungirás...”
Ejecución de la orden: “Elías partió y encontró a Eliseo.”
Cumplimiento de la orden: “Eliseo dejó sus bueyes y corrió detrás de Elías.”
En los relatos vocacionales del N. T. se da un esquema parecido. Así, según las escrituras, Dios llama a hombres y mujeres a su misión de Evangelización.
En la carta de Pablo a los Gálatas, se nos habla de algo que a simple vista puede ser mal entendido, y hasta contradictorio. Cristo nos ha librado de la esclavitud, nos ha llamado a vivir libres; sin embargo, Pablo les recomienda a los Gálatas que no abusen de esa libertad, sino más bien, que se hagan esclavos unos de otros, por amor a Cristo. Las recomendaciones son claras y fuertes: “Pero si ustedes se están mordiendo y devorando mutuamente, tengan cuidado porque terminarán destruyéndose unos a otros”. Parece que los problemas y diferencias entre los cristianos, han existido desde siempre. Lo importante, dice Pablo, es no dejarse ganar por los deseos de la carne, sino “dejarse conducir por el Espíritu de Dios”. La vocación a la que Dios nos ha llamado es... al amor: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La libertad de la que Pablo habla, no es el libertinaje, sino el principio de exigencia y generosidad: precisamente, porque soy libre gracias a la salvación del Señor, yo escojo amar. Una decisión clara.
En el Evangelio, ha comenzado la subida decidida de Jesús a Jerusalén. Durante el resto del tiempo ordinario que nos queda, las lecturas nos hablarán de los acontecimientos que el Señor vive junto a sus discípulos durante esa ida a Jerusalén. Hoy, nos narra pasajes relacionados con posibles discípulos del Señor, pero que no están muy dispuestos para ese camino. Veamos:
- Mientras iban caminando alguien le dijo a Jesús: “Te seguiré a donde vayas”, sin embargo, el Señor le responde con un enigma, dándole a entender la necesidad de ser absolutamente desprendido para seguirlo: “No hay donde reclinar la cabeza”. El Jesús de Lucas, jamás aparece en casa propia o de sus discípulos; es la soledad de su Misión.
- Jesús llama a otro: “Sígueme”. Sin embargo, el llamado del Señor tampoco encuentra eco en este hombre, que se excusa con su familia. Jesús le habla del Reino, dejando ver que la causa del Reino es más importante que la familia. Radical.
- Otro le dijo a Jesús: “Te seguiré Señor, pero...” Nuevo intento fallido de alguien que no está del todo plenamente listo para entregar su existencia al Señor. El Señor le replica claramente: “El que ha puesto la mano en el arado y mira para atrás, no sirve para el Reino de Dios”.
Hemos leído tres llamados de distintas formas, tres intentos fallidos de tres seguidores del Señor, que no han alcanzado a percibir a quien tienen al frente. Son llamadas radicales, exigentes; con ellas, Jesús quiere advertir a sus discípulos de los riesgos de seguirlo.
Y nosotros ¿cuántas veces el Señor nos ha hablado, y nosotros nos hemos quedado en excusas? No pocas veces. Siempre priman mis intereses, lo que yo quiero, lo que creo que me conviene. Incluso para los que estamos consagrados por el orden, muchas veces, no basta con haber hecho esa primera opción, es necesario renovarla constantemente, pedir al Señor que seamos aptos para anunciar el Reino de Dios.
Tampoco debemos extremizar el Evangelio, diciendo que Cristo nos exige por sobre nuestra realización personal. De hecho, sabemos que los discípulos andaban con su familia siguiendo al Señor; lo que quiere decirnos Jesús es cada creyente debe sacar de su vida aquel obstáculo que le impida dar testimonio del Reino de Dios en su vida.
Una última cosa. A veces corremos el riesgo de transformar el cristianismo en una cantidad de normas y preceptos tan difíciles de realizar, que más que tratar de cumplirlas, le hacemos el quite. El cristianismo va más allá; no es solo una cantidad de normas ético-morales que vivir, sino un don, que tiene rostro concreto: Jesús. El es la realización de nuestra existencia, de nuestro caminar diario, de nuestra vida. Pidamos al Señor en su seguimiento, la gracia de poder caminar, sabiendo que Él nos ha echado el manto encima, que nos ha llamado a desprendernos de aquello que nos impide acercarnos más plenamente a su persona, que nos ha llamado a nuestra realización como seres humanos a través de esta gracia: ser cristianos. Amén.
1 Re. 19, 16 b. 19 – 21
Sal. 15
Gal. 5, 1. 13 – 18
Lc. 9, 51 – 62
Este fin de semana, la liturgia de la Iglesia nos invita a acoger la enseñanza del Señor desde el punto de vista del seguimiento más cerca de su Persona. Es la llamada firme y segura del Señor a seguirlo. Hoy, nosotros, como esos hombres que hemos escuchado en las lecturas, estamos llamados a vivir junto al Señor, siguiéndolo en nuestros quehaceres, en nuestra vida.
En la primera lectura, estamos frente a un claro relato vocacional. Elías, el profeta por excelencia dentro del A. T., está preparando a sus discípulos; por lo mismo, el Señor le indica a quien debe escoger y ungir para la misión de profeta. Lo primero que llama la atención en el texto, es la orden de Dios, de ungir a un profeta. El ungir, es símbolo de una posesión, de una exclusividad: se unge a quienes se les encomienda una misión especial. Los símbolos en esta lectura tampoco se hacen esperar. “Echar el manto”, es una acción simbólica que representa a la persona, su personalidad, indica posesión, tener derechos sobre alguien. No todos pueden tocar el manto de alguien, tomarlo, o tocarlo, porque eso indica que tengo una relación con su persona (recordar que cuando Elías se va, Eliseo le pide su manto, para quedarse con parte de su santidad; o la mujer que quiere tocar el manto de Jesús; o el mismo manto de Jesús que no puede ser rasgado por los soldados en la Cruz...). El manto es parte de la persona, desprenderse de él significa quedar sin identidad (por eso es tan duro esa máxima del evangelio de dar el manto a quien te pide la túnica). Acá sin embargo, el hecho de que Elías le tire encima el manto a Eliseo, significa que le está haciendo partícipe de su persona, de lo que hace él, de su misión: le está llamando a lo mismo. Eliseo va a despedirse de sus padres, se deshace de sus animales, quema el yugo (significado de cortar con todo lo que le ate a su pasado, de cortar con su vida hasta entonces), y sigue al profeta. Los relatos vocacionales en general, tienen este esquema:
Dios da una orden: “A Eliseo lo ungirás...”
Ejecución de la orden: “Elías partió y encontró a Eliseo.”
Cumplimiento de la orden: “Eliseo dejó sus bueyes y corrió detrás de Elías.”
En los relatos vocacionales del N. T. se da un esquema parecido. Así, según las escrituras, Dios llama a hombres y mujeres a su misión de Evangelización.
En la carta de Pablo a los Gálatas, se nos habla de algo que a simple vista puede ser mal entendido, y hasta contradictorio. Cristo nos ha librado de la esclavitud, nos ha llamado a vivir libres; sin embargo, Pablo les recomienda a los Gálatas que no abusen de esa libertad, sino más bien, que se hagan esclavos unos de otros, por amor a Cristo. Las recomendaciones son claras y fuertes: “Pero si ustedes se están mordiendo y devorando mutuamente, tengan cuidado porque terminarán destruyéndose unos a otros”. Parece que los problemas y diferencias entre los cristianos, han existido desde siempre. Lo importante, dice Pablo, es no dejarse ganar por los deseos de la carne, sino “dejarse conducir por el Espíritu de Dios”. La vocación a la que Dios nos ha llamado es... al amor: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La libertad de la que Pablo habla, no es el libertinaje, sino el principio de exigencia y generosidad: precisamente, porque soy libre gracias a la salvación del Señor, yo escojo amar. Una decisión clara.
En el Evangelio, ha comenzado la subida decidida de Jesús a Jerusalén. Durante el resto del tiempo ordinario que nos queda, las lecturas nos hablarán de los acontecimientos que el Señor vive junto a sus discípulos durante esa ida a Jerusalén. Hoy, nos narra pasajes relacionados con posibles discípulos del Señor, pero que no están muy dispuestos para ese camino. Veamos:
- Mientras iban caminando alguien le dijo a Jesús: “Te seguiré a donde vayas”, sin embargo, el Señor le responde con un enigma, dándole a entender la necesidad de ser absolutamente desprendido para seguirlo: “No hay donde reclinar la cabeza”. El Jesús de Lucas, jamás aparece en casa propia o de sus discípulos; es la soledad de su Misión.
- Jesús llama a otro: “Sígueme”. Sin embargo, el llamado del Señor tampoco encuentra eco en este hombre, que se excusa con su familia. Jesús le habla del Reino, dejando ver que la causa del Reino es más importante que la familia. Radical.
- Otro le dijo a Jesús: “Te seguiré Señor, pero...” Nuevo intento fallido de alguien que no está del todo plenamente listo para entregar su existencia al Señor. El Señor le replica claramente: “El que ha puesto la mano en el arado y mira para atrás, no sirve para el Reino de Dios”.
Hemos leído tres llamados de distintas formas, tres intentos fallidos de tres seguidores del Señor, que no han alcanzado a percibir a quien tienen al frente. Son llamadas radicales, exigentes; con ellas, Jesús quiere advertir a sus discípulos de los riesgos de seguirlo.
Y nosotros ¿cuántas veces el Señor nos ha hablado, y nosotros nos hemos quedado en excusas? No pocas veces. Siempre priman mis intereses, lo que yo quiero, lo que creo que me conviene. Incluso para los que estamos consagrados por el orden, muchas veces, no basta con haber hecho esa primera opción, es necesario renovarla constantemente, pedir al Señor que seamos aptos para anunciar el Reino de Dios.
Tampoco debemos extremizar el Evangelio, diciendo que Cristo nos exige por sobre nuestra realización personal. De hecho, sabemos que los discípulos andaban con su familia siguiendo al Señor; lo que quiere decirnos Jesús es cada creyente debe sacar de su vida aquel obstáculo que le impida dar testimonio del Reino de Dios en su vida.
Una última cosa. A veces corremos el riesgo de transformar el cristianismo en una cantidad de normas y preceptos tan difíciles de realizar, que más que tratar de cumplirlas, le hacemos el quite. El cristianismo va más allá; no es solo una cantidad de normas ético-morales que vivir, sino un don, que tiene rostro concreto: Jesús. El es la realización de nuestra existencia, de nuestro caminar diario, de nuestra vida. Pidamos al Señor en su seguimiento, la gracia de poder caminar, sabiendo que Él nos ha echado el manto encima, que nos ha llamado a desprendernos de aquello que nos impide acercarnos más plenamente a su persona, que nos ha llamado a nuestra realización como seres humanos a través de esta gracia: ser cristianos. Amén.