miércoles, noviembre 01, 2006

Todos los Santos

Lecturas:
Apoc. 7, 2-4.9-14
Sal.23
1 Jn. 3,1-3
Mt. 4,25-5,12

En este día, que la Iglesia nos invita a celebrar a todos los santos, las lecturas nos llevan a mostrar una espiritualidad de santidad, marcada esta por el ejemplo de quienes nos han precedido. Lo primero que debemos hacer este día es agradecer a Dios por todos los ejemplos que nos ha dejado en la Iglesia: miles de hombres y mujeres que han seguido las huellas del Señor a través de la vida que Dios les ha regalado.
Hoy, tampoco son pocos los ejemplos de entrega y santidad que observamos en nuestras comunidades. Pero dejemos que sean las lecturas las que nos den la pista de cómo debería ser nuestra vida; no para que nos desanimemos mirando lo lejos que estamos de ese ideal cristiano, o cuanto nos falta, sino para que agradezcamos por tener la posibilidad de aspirar a tan grandes realidades.
En la primera lectura del libro del Apocalipsis, leemos como aparece una multitud, que ha lavado su túnica en la Sangre del Cordero. Es una representación simbólica de la liturgia eterna, en donde están quienes han sido fieles – según el lenguaje apocalíptico – y han sufrido la gran tribulación, marcado por las pruebas. Ahí ya tenemos una pista: vivir la tribulación, la prueba, dar la pelea. La Iglesia, ¿a quiénes declara santos? A aquellos que han vivido de manera heroicas las virtudes teologales (fe, esperanza, amor). De esto, tenemos miles de ejemplos.
La segunda lectura, refuerza esta idea. Solo quienes le reconocen como Señor pueden ser sus hijos, aquellos que “tienen su esperanza en Él”. Esta esperanza, debe ser operativa, viva, o sea, debe vivirse y manifestarse en la vida lo que es el motivo de mi esperanza: la salvación del Señor. Se trata de vida coherente con la fe, buscando hacer la voluntad de Dios en cada espacio de nuestra vida; de dar testimonio, a través del seguimiento de Jesús, de que es posible vivir en el amor. Ese será el mayor signo de que nuestra esperanza es verdadera; cuando aparezcan quienes nos critican o se ríen porque tenemos esperanza en Dios, ése es el mayor signo de que estamos caminando correctamente.
El Evangelio, es una de esas lecturas que más tenemos guardada en nuestra memoria: es un texto bonito, un discurso acabado, pleno, de los que no nos cansamos de escuchar; pero también es inquietante: ¿felices los que tienen alma de pobres, los afligidos, los pacientes, los que tienen hambre y sed de justicia (salvación), los misericordiosos, los de corazón puro, los que trabajan por la paz, los perseguidos, insultados a causa de Jesús? Si. Esos son felices, a los ojos de Dios, claro está. Este Evangelio, no es muy bien recibido por quienes no conocen a Dios, por quienes no conocen a Jesús. Lo que pasa, es que éste es el camino, la tribulación de la que habla el Apocalipsis. Es el camino del Reino, que Jesús viene a instaurar, que muy poco tiene que ver con el mundo. Ciertamente, no es el camino ancho, ni el de los primeros puestos; al contrario, es el camino angosto, el de quien no tiene dónde reclinar la cabeza, el del desprendimiento y entrega hasta el límite. Ese es el camino que miles han escogido, y al que Dios nos llama a todos. La santidad no es un ideal inalcanzable, es una realidad que podemos alcanzar con este itinerario de vida. La recompensa, no se hace esperar, viene luego de la prueba: El Reino de los cielos, el consuelo, la tierra en herencia, la misericordia, ver a Dios, ser Hijos de Dios, la recompensa en el cielo. Eso es lo que miles de miles están gozando ya, y a lo que el Señor nos llama.
¿A qué nos llama Dios en definitiva?
A una salvación universal: El Apocalipsis, al nombrar a los 144.000 que han sido marcados, está hablando luego de una multitud incontable, que ha pasado la gran tribulación. Este grupo incontable, es de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas: universal. Quienes lavan su túnica en la Sangre del Cordero, son incontables. Tal vez la Iglesia, no los reconoce a todos, pero el hecho de que les veneremos a quienes conocemos, es símbolo además de que reconocemos la gracia que Dios ha derramado a través de sus vidas, que es para nosotros un motivo de alegría y esperanza.
A una purificación: En el Apocalipsis, leemos sobre esta purificación necesaria para estar entre esta multitud incontable. Debemos dejar a Dios que nos limpie, que nos lave, que nos purifique. Ya fuimos lavados y purificados en la aguas del Bautismo, pero no es suficiente eso; debemos estar atentos y dispuestos para lavarnos constantemente en la Sangre del Cordero.
A hacer su Voluntad: El tener fe en Dios, implica conocer y cumplir su voluntad. Si los santos no se hubiesen preocupado por cumplir la voluntad de Dios, jamás hubiesen llegado a ser santos. Ellos tomaron muy en serio lo de las bienaventuranzas, y las hicieron vida. Es verdad, no aparece muy atractivo a los ojos del mundo, pero es el camino de Jesús, que ha trazado ese recorrido para quienes somos suyos. Cumplir su voluntad, cuando estamos en sintonía con Jesús, no es una carga, es una bendición.
A ser felices: Todos nosotros coincidimos en algo: queremos ser felices. Las bienaventuranzas, hay que leerlas en esa clave; la felicidad está trazada en esas palabras, si las vivimos. Es una felicidad que nos hace vivir despreocupados de nosotros, centrados más en el otro que en el propio yo. Las bienaventuranzas son pautas para el comportamiento cristiano de la comunidad de Mateo, talvez demasiado preocupado y centrada en si misma. Es la actualización del Reino; cada vez que vivimos según el espíritu de las bienaventuranzas, estamos haciendo presente el reino de Dios a los ojos del mundo. Nuestra felicidad, está en Dios. No dejemos engañarnos por quienes no tienen esperanza. Al contrario, dejémosle ejemplo a ellos, para que vean que se puede ser feliz en el camino del Señor. Pensemos en los santos... ¿hubo alguno triste? No, todos estaban felices, la irradiaban a quienes les rodeaban. La felicidad, es consecuencia entonces de cumplir la voluntad de Dios; lee tu vida en esa clave de amor.
A dar testimonio: En el espíritu de las bienaventuranzas, está condensada todo un estilo de vida. De nada nos sirve leerlas y seguir donde mismo; es necesario renovar nuestro seguimiento y nuestro compromiso con el Señor, y dar testimonio de que la santidad, es un regalo, una gracia, una realidad, un camino hacia la felicidad, que podemos vivir hoy, en medio del mundo, como verdaderas semillas del Reino de Dios.
En fin, en este día agradezcamos el poder pertenecer a una multitud incontable, que opta por la voluntad del Señor como camino para la felicidad; agradezcamos la fe que Dios nos regala, sabiendo que como don, debemos cultivarla, aumentarla y hacerla crecer; agradezcamos el poder amar; el tener esperanza. Pidamos a Dios que aumente estos dones para alcanzarle a Él, y ser felices por la eternidad. Nuestros fieles difuntos, ya gozan de esto, y por eso, hay que estar alegres también. Amén.

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